Sigue el relato y se acerca el desenlace.
El eco del
mortero se había apagado. Faysal miró un instante sus pies viendo sus ya
desvencijadas botas cubiertas de nieve. Las golpeó varias veces contra el suelo
como si con aquel gesto pudiera sacudirse el frío. Aún se preguntaba cómo
alguien podía vivir en semejante país helado.
No conocía ninguna planta de las que le rodeaban en aquel gélido bosque francés, pero pronto les darían
un permiso y podría volver a su país.
Los meses se
habían sucedido. Faysal percibía las gotas de agua deslizándose por su cara como
si del lecho de un río se tratara. Estaba ahí plantado, con sus botas en medio
del barro y el agua calando sus calcetines. A lo lejos vio entrar un autobús. Estaba repleto de franceses blancos que volvían de permiso. Él vertía su sangre por Francia pero había seguido ahí, todo este tiempo, en medio
del frío, la nieve y la lluvia, mientras los pies negros, tal como llamaban a los franceses
metropolitanos, volvían al país, a su país.
«Libertad,
igualdad, fraternidad» Aquellas palabras golpeaban contra su sien como los
martillos de la carpintería en la que trabajaba de niño. Y recordaba,
claro que recordaba, una y otra vez.
―No hay
naranjas ―le habían un dicho un día en la cantina.
―Sí que las
hay. El de ahí las tiene, y este otro también. ―contestó al chico de cocinas que lo miró de arriba abajo con una leve sonrisa de lado.
―Este es
francés y tú eres un "bougnouls" de mierda, así que pírate y deja de
molestar.
Faysal había
sentido su sangre bullendo y se echó sobre el joven, golpeándolo con
toda su alma. En ese mismo momento, sintió como le retorcían el brazo y la
sangre corriendo sobre su rostro como la maldita lluvia que estaba calándole
hasta los huesos en aquel mismo instante. Luego la oscuridad de la inconsciencia
y la humedad del calabozo. .Los meses se habían sucedido. El ansiado permiso
no había llegado… Al menos para ellos no. No había
barcos para todos y éstos se necesitaban para trasportar tropas al frente
.
Pronto se reunirían con mas tropas en Montecassino. Esa era la meta que debían
alcanzar, la sagrada meca, la puerta del camino de los aliados hacia Roma. Sus
actos quedarían escritos con letras doradas en los libros de Historia. La
gloria sería para todos, les había arengado el general Juin, pero él seguía sin ascender a pesar de sus
esfuerzos y el chico de cocinas era ahora su sargento.
*****
El frío invierno había transcurrido. Con el renacer de la primavera
llegaban las primeras cosechas, y con ello, más comida. Chiara había logrado al
fin acumular algunos alimentos en la dispensa. Tenían algo de harina para hacer
pan y queso de cabra.
La italiana canturreaba mientras de vez en cuando miraba por la
ventana, viendo como su padre y su hermano estaban haciendo más leña para la
cocina. Aquel día iban a comer algo más que raíces, queso o pan. Aquel día
tenían carne. Había removido cielo y tierra para que Ettore tuviera el
cumpleaños que se merecía. Se acercó a la humeante olla para deleitarse. Su sonrisa se renovó al captar el aleteo de su nariz el aroma de las especies. Tomó la cuchara de
madera para remover el guiso sin poder resistirse a probarlo.
Chiara estaba soplando sobre la cuchara de madera regodeándose en el
momento. De repente, interrumpió su gesto, había escuchado algo, unas voces.
Miró por la ventana. Su corazón golpeó su pecho pidiendo auxilio y su
respiración se detuvo. Tres pares de ojos desconocidos acababan de posarse
sobre su figura.
*****
La supuesta
gloria tenía un coste muy alto. El miedo invadía cada recodo del alma de Faysal
mientras arreciaba la batalla por el dominio de Cassino. Se hallaba sentado,
hecho un ovillo en un cráter aun humeante causado por un obús, cubriéndose la
cabeza mientras la tierra y la sangre lo
salpicaban. El ruido ensordecedor de las siseantes balas, de las mortales
bombas, granadas y minas, tronaba una y otra vez, enajenándolo. Faysal no
paraba de repetir aquellas palabras que le había enseñado el imán de su ahora
más que nunca lejano pueblo.
―Allah, grande y misericordioso, amo del universo y
clemente, guíame por el recto camino― imploraba reiteradamente, redoblando a la
vez, su esfuerzo por resguardarse el rostro y la cabeza bajo sus manos
temblorosas y su fusil. No sabía distinguir, en aquel instante, el fuego amigo
del enemigo. Sentía un sudor asombrosamente frío resbalar por su frente bajo su
casco metálico que, aquel día, parecía pesar más que nunca.
―Sal de ahí
Faysal! Sal de ahí o vas a morir, hermano! –gritaba Saïd sacudiéndolo y
tratando de arrastrarlo a la fuerza.
En un escaso segundo todo había cambiado. El
cuerpo de Saïd había sido proyectado a varios metros de él, tendido en el suelo
convertido en un amasijo de carne calcinada. El rostro de Faysal se
descompuso viendo al que había sido su
amigo, mientras un estridente pitido había reemplazado el estentóreo ruido
circundante. El argelino sentía su corazón contra su pecho pidiendo auxilio mientras
miraba a Saïd. Volvió entonces su vista hacia Ahmed y Fadel, muertos minutos
antes. Sus piernas, en aquel momento, respondieron milagrosamente. Dios había
escuchado sus plegarias.
Faysal gritaba con toda la fuerza de su alma y
de su rabia, corriendo hacia la boca del lobo, el enemigo. Las letales balas de
su fusil se sucedían una tras otra, cayendo varios oponentes en la distancia.
Una neblina había invadido sus sentidos, y sin saber muy bien cómo, se había
unido a la vanguardia y había alcanzado su posición, encontrando el recto
camino.
*****
Ettore entró corriendo en lágrimas escondiéndose tras Chiara. La joven
rodeó con uno de sus brazos a su hermano
pequeño.
Las tres miradas cobraron cuerpo y se convirtieron en hombres riéndose
de la reacción de aquel crío y apuntando directo a la cabeza de su padre. Chiara
no entendía nada. Hablaban. un idioma gutural que era incapaz de entender, pero
no le gustaba ver como sus rostros a medida que aquellas «¿palabras?» se sucedían, se volvían cada vez más serios. Uno de
ellos cambió de objetivo dejando de apuntar al padre de Chiara para fijar su
arma sobre la italiana.
Los tres desconocidos altos y mas rubios que ninguna persona que
hubiera visto la joven vestían un uniforme color verde musgo con un águila
bordada en sus pechos. El que la apuntaba sonrió y gesticuló hacia Chiara.
mirándola a los ojos. Su corazón batía desbocado contra su pecho, sin saber a
quién pedir auxilio.
―Padre nuestro que estás en los cielos, ayúdame.
esta historia cada vez se hace mas triste, me dará depresion antes del final
ResponderEliminarSí, alegre no es esta historia que se basa en una página bastante oscura de la Historia con mayúscula.
EliminarLa trama se pone cada vez más interesante. Qué ganas de que llegue ya el lunes próximo para seguir disfrutando de tan apasionante historia.
ResponderEliminarMuchas gracias, Sandra, por compartir tu talento con nosotros.
Un saludo!
Eres muy halagüeño. Mañana ya publicaré el desenlace. Espero no te defraude.
EliminarInteresantísimo. Me voy a leer el final, jajajaja...
ResponderEliminarGracias por compartir, Sandra.
Un abrazo.
Pues ya espero tu comentario del final. Me siento como ante un tribunal. No te cortes, si no te ha gustado, me gustaría saber el por qué. Después de hislibris creo que puedo sobrevivir XD
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