Estos
días, tras la muerte de Carrie Fisher ―a la que la tierra le sea leve― a mi marido y a mi, se nos
dio por volver a ver las películas de Star Wars. Mientras las
escenas de las precuelas ―episodios I, II y III― volvían a sucederse ante mis
ojos, y pasados los ya habituales momentos de indignación, por aquello de los “midiclorianos”, los problemas de continuidad con la saga original o el tedio que provoca Jar Jar
Binks, recordé aquello que se me ocurrió, hace muchos, muchos años, en una tierra
no tan lejana. Siendo aún estudiante, vi el estreno de aquellas nuevas
películas y relacioné lo visionado, con mis clases de Historia de Roma.
Es
verdad que probablemente Star Wars beba de muchas mas historias y pueda
recordar a muchas otras. Samurais, templarios, Nazis y resistentes son algunas
referencias que acuden a nuestras mentes con facilidad, cuando pensamos en los
jedis, o vemos los uniformes de los imperiales.
Sin
embargo, sea por deformación “profesional” o lo que fuere, cuando veo estas
películas, especialmente las precuelas, no puedo evitar pensar en el final de
la República romana y el principio del Imperio. Quizás el paralelismo sea muy obvio,
pues es parte de la trama principal de estas películas, pero me parece mucho
más profundo.
Ya,
desde el inicio del episodio I, la situación de crisis de la República parece
clara. “La República Galáctica está sumida en el caos” dicen los títulos
iniciales. La Federación de comercio impone un bloqueo sobre Naboo ―un
territorio situado en la periferia de la Galaxia― sin que la República sea
capaz de gestionarlo, ya que el Senado “debate interminablemente”, sin llegar a
actuar de forma diligente. A la República galáctica, corrompida en casi todos
sus estamentos, le cuesta mantener el orden, sobre todo en el Borde exterior, unos
territorios a menudo más salvajes y bárbaros. Frente a las dificultades se
eleva la figura de un hombre que, poco a poco, acaba acumulando poderes
delegados por el propio Senado para acabar erigiéndose, como salvador de la
República y convertido Emperador.
El
paralelismo, a grandes rasgos ―siempre estamos hablando a grandes rasgos―
parece claro. Roma también debía enfrentarse a algunos focos de resistencia
como los Partos en Oriente o los Piratas, con unas amplias fronteras rodeadas
de territorios salvajes. Sus instituciones estaban corrompidas hasta los
cimientos y se vio sumida en una importante Guerra civil ―aquí los motivos
distan bastante entre Roma y la República galáctica― de la que salió a flote
con la elevación de un hombre que, poco a poco, sea por causa o consecuencia,
fue acaparando poderes.
Todo
esto está muy simplificado, obviamente. En Palpatine podemos ver a Sila, Pompeyo, Julio
César o Augusto.
Siempre
me pareció llamativo lo que descubrí, al escribir estas líneas, se llamaba el “Estatuto 312B” .
En esa escena del episodio II, ante la situación de Guerra y gran inestabilidad,
el Canciller Palpatine logra ganar la
votación y con ello, acumular poderes y prerrogativas. Es imposible no recordar
a la magistratura de la dictadura tras ver esa escena. Era una magistratura
extraordinaria prevista en el orden constitucional, que se planteaba en
momentos graves (guerras o disturbios). Entonces, uno de los cónsules nombraba
un dictador con poderes extraordinarios para salvar la dificultad. No podía
legislar y su duración era breve (seis meses, pudiendo renunciar antes). Se
trataba, por lo tanto, de una suspensión del orden republicano para su propia
protección. Algunos
hombres fuertes como Sila o Julio César hicieron uso y abuso de esta
institución.
En
el caso de Julio César, es de sobra conocida la forma en la que aconteció su
asesinato, a manos de algunos autoproclamados defensores de la República. De un
mismo modo, Palpatine es víctima de un intento de asesinato por parte de los
Jedis que pasan por encima del orden constitucional: “Tiene el control del
Senado y de los Tribunales, es demasiado peligroso para dejarle vivir” le dice
Windu a Anakin.
Bien
es cierto que que Palpatine resulta ser un Sith y Julio César, no (aunque
algunos probablemente lo vieran como tal). Palpatine sobrevive y Julio César
muere, dando, con ello, el pistoletazo de salida para una nueva Guerra Civil en
la que se impondrá Augusto, el primer emperador.
El Senado de Roma le otorgará el título de
emperador a Octavio Augusto (un título que tiene connotaciones diferentes en
Roma), mientras Palpatine, nos devuelve el paralelismo regurgitado por
Hollywood, en un pleno del Senado, en el que proclama “la nueva República
galáctica Imperial” de la que se declara emperador. Al finalizar, se escucha
una de las mejores frases de la Saga en boca de Padmé: “Así es como muere la
libertad, con un estruendoso aplauso”.
Continuará…
Fotografía
procedente de: http://www.starwars.com/databank/galactic-senate
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