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lunes, 15 de septiembre de 2014

Defixio: la decisión

Hacía bastante tiempo, a pesar de un verano que no fue todo lo bueno que se deseaba (y estoy cayendo en el eufemismo), que no hablaba de un lunes a la lluvia. Pues bien, hoy es un lunes lluvioso y vamos a seguir desentrañando el misterio del cadáver que sostenía en su mano una placa de plomo, con una novedad. Esta semana participo en el divertido reto planteado por Ramón Escolano en su blog jukeblog.
Este reto se llama "Te robo una frase" y consiste en introducir en un texto de creación propia, una frase elegida previamente.Esta semana, la frase elegida es: "Hay momentos en la vida en los que la única manera de salvarse a uno mismo es muriendo o matando"sacada de Dispara, yo ya estoy muerto, libro escrito por la exitosa escritora de best sellers española, Julia Navarro. 

Para los despistados, recordar que la historia empieza aquí y que la semana pasada lo habíamos dejado en este punto (no son ni diez minutos de lectura, animaros a leerlo si no lo habéis hecho hasta ahora)

Pues allá vamos, y como decía el asesinado dictador romano, "la suerte está echada". Espero que os guste. 



Defixio: la decisión


El «Chas» del mechero fue más llamativo que el ruido sordo que provocó al caer contra el suelo. La chispa saltó a apenas unos centímetros del cuerpo y prendió contra uno de los cabellos grasientos del cadáver.
―¡Joder!
Gritó una nada discreta Iria que siguió, a continuación, jurando en arameo. Sin más precauciones, se arrojó sobre al cuerpo sin vida de su antiguo profesor para golpear, en un acto reflejo, aquella llamarada incipiente. Al menos había conseguido apagarla, o eso pensaba de forma primaria, cuando se giró viendo las caras descolocadas del médico forense y de Andrés.
Sí, ahí estaba Andrés, como un fantasma del pasado, con sus rizos dorados enmarcando aquel rostro anguloso, cuya masculinidad era subrayada por una barba incipiente salpicada ahora por algunas canas. Un atuendo salido de la sección de senderismo del Decatlón y un pañuelo colocado alrededor del cuello con desalineada meticulosidad, completaban aquella aparición.
―Andrés…― repitió Iria ruborizada, tratando de recomponerse
―Vaya, os conocéis … ―continuó Alfonso, el forense― Si cada vez que conoces a alguien vas a quemar un cadáver, a ver qué vamos a hacer.
―Si bueno….pero, ya se lo comento yo al juez. Es un accidente…― y a pesar de lo comprometida de la situación, la mujer negó y cambió, sorpresivamente, el foco de su interés― ¿Y tú?¿Qué haces aquí? ¿No estabas por Cartagena?
Andrés todavía parpadeaba atónito ante la situación: un cadáver; un cadáver que por encima era de alguien conocido; un cadáver  que por encima de ser de alguien conocido era sacudido sin muchos miramientos por una compañera que no veía desde hacía unos quince años. Tardó unos largos segundos en recomponerse y contestar.
―Ya sabes, la crisis, reducción de personal y aquí estoy…. Soy autónomo, ahora. Como me saqué  el curso de perito judicial en Arqueología, pues me han llamado. 
― Bueno…―Iria inspiró aire tratando de sacudirse del impacto. Se giró hacia Alfonso― Llamaste a un arqueólogo ¿Por?―preguntó extrañada―¿Por qué el muerto era un arqueólogo?
―No, para interrogar a sospechosos, si es que los hay, estás tú, pero yo lo he hecho por la placa de plomo, si os fijáis, tiene algo escrito. Es difícil de ver.
Y mientras el médico forense decía aquello, los tres se acercaron a la placa  que el cadáver del antiguo profesor de universidad seguía asiendo con fuerza.
―¿Qué dice?― preguntó Iria
―Espera, deja que vea con calma y me abstraiga de la situación de tener que observar una inscripción en las manos del cadáver de Pablo Bahamonde.―sacudió su cabeza para seguir― Además los arqueólogos no somos diccionarios de lenguas muertas con patas, de hecho no tienes ni por qué saber latín para licenciarte. ―y al comentar aquello, seguía observando la placa en solitario― Pero tenéis suerte, porque se me daba bien el latín en el instituto y, casualmente, trabajé con epigrafía en la universidad.
El silencio, eterno en la muerte, se instaló en aquella esquina del normalmente ruidoso Jaco's bass, hasta que Andrés, largos minutos después, lo devolvió a la transitoriedad.
―Cuesta leerlo y sería mejor si pudiera estudiar la placa de cerca, pero…―se giró hacia Iria y el forense ― esto es algo bastante llamativo a decir verdad. Es una defixio, una antigua maldición.

*****

Vicus Eleni, Marzo del 49 d.C

La lluvia y el viento batían con fuerza contra la ventana de la pequeña habitación en la que se hallaba un funcionario del Imperio. Lucio, como siempre que observaba su imagen, se perdía en el reflejo que le devolvía aquel pequeño espejo de cobre bruñido que parecía regodearse en la decadencia de sus facciones. Ya peinaba canas, la carne que le faltaba, ahora, a sus cada vez más finos labios, parecía haberse reubicado en su abdomen, y el brillo de sus ojos  se veía cercado por finas arrugas que amenazaban con gastar los últimos vestigios de su juventud.
 A sus treinta y seis años, ya no era ningún imberbe para el uso y abuso de algún noble señor. Aquellos años de lujuria, excesos y boato, en el corazón de Roma, ya habían pasado a mejor vida, al igual que lo haría él mismo si dejaba que los acontecimientos siguieran con su curso. Aquel lugar en el que parecía terminaba el mundo, era un fiel reflejo de su situación. Tenía que tomar cartas en el asunto y no esperar simplemente a que la Parca cortara el hilo de su vida. No era la primera vez que se lo planteaba, claro que no, y sabía lo que tenía que hacer.
Lucio dejó que su lengua pasara por los labios, tratando de figurar parte del brillo disipado de su juventud. Con la mirada perdida vio como sus dedos se posaron con ternura sobre aquella frágil ilusión que al secarse, como una flor moribunda envenenada por el tiempo, devolvió al hombre al presente. Sintió el impulso de tirar aquel espejo lejos de él, pero el ruido de la sempiterna lluvia  batiendo contra la ventana, le recordó que estaba en confín del mundo y que por mucho que mellara el cobre, seguiría pasando sus días contando sacos de sal.
Hay momentos en la vida ―dijo en voz alta mientras el espejo le devolvía ahora el reflejo de una mirada decidida  ―,en los que la única manera de salvarse a uno mismo es muriendo o matando.
Lucio dejó el espejo sobre la mesa, se giró hacia el arcón que estaba a sus espaldas y se agachó para tomar un rollo en su interior.

Continúa aquí.




10 comentarios:

  1. Un capítulo estupendo, con una desarrollo magistral y, encima, matas dos pájaros de un tiro. ¡Genial Sandra, felicidades!

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  2. Como bien dice Frank, un estupendo capítulo. Has vuelto a dejarme con el ansia, esta vez en las dos partes de la historia...grrrrr :-)
    Me encanta que hayas podido adaptar la frase a esta historia y que así hayas podido jugar.
    Espero que te sigas animando en sucesivas entregas.
    Un saludo!

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    1. Espero poder seguir jugando, también. Me ha gustado la experiencia compartida.

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  3. Hola Sandra. Ahora, compañeras de juego. He leído tu relato de hoy, aunque no me he "coscado". Claro, no leí lo anterior.... jajaja. Prometo hacerlo en cuanto tenga más tiempo. Entonces le sacaré más juguillo a tus lunes a la lluvia, seguro!
    Encantada de jugar en el mismo equipo que tú.
    Besos y nos leemos! <3

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  4. Excelente este capítulo, Sandra, lo mismo que tu prosa y las descripciones magistrales y minuciosas que haces de todo. Me dejas ecandilada y con ganas de averiguar más. Besos y compartido queda. Feliz semana.

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  5. Hasta ahora el mejor capítulo que he leído. Muy bueno.
    Me alegro que participes en este reto de Ramón en el que yo no pude participar este mes, pero al siguiente espero estar entre vosotros.

    Un abrazo.

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    1. Y yo me alegro que te gustara este capítulo, Ricardo. Un saludo ;)

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