Hoy seguiremos con el relato que empezamos la semana pasada. Aquí tenéis la primera parte, por si os apetece releerla o engancharos ahora. Es cortita, animaros.
II
La vida es como
un billete de quinientos euros.
Todos sabemos que en algún momento
habrá que pedir cambio.
La
aguja que marcaba los minutos en la habitación de María, contrariando las leyes
newtonianas, acababa de subir. Desde las diez de la noche habían
transcurrido, exactamente, treinta y dos
minutos y un segundo. José Bertrán seguía con la mirada el tortuoso recorrido
de una lata de conserva. En el salón de su casa, Ana Pazos descubría en la televisión que una
centésima de segundo es el tiempo necesario a nuestro cerebro para procesar un
momento de felicidad que involuntariamente nos haga sonreír. Mientras tanto, en
el aeropuerto, Joaquín Iglesias esperaba que algún viajero bajara de un avión
para subirse a su taxi y vivir, a través de su relato, el sueño de unas
vacaciones.
María
estaba frente a su vieja máquina de escribir. Había repetido con ritualismo
cada uno de los pasos para poder disfrutar aquel momento. La cinta que
imprimaría las letras estaba colocada, el papel había sido enroscado con mimo y
el primer cigarrillo encendido. Se enfrentó con la mirada a aquel folio en
blanco. Dudó. Pensó durante unos largos minutos hasta que, finalmente, sus
dedos empezaron a bailar al compás de la percusión rítmica de las teclas. Se
enfrascó en una frenética danza litúrgica amenizada por los olores, el humo y
el mágico «chin» que la envalentonaba en cada punto y aparte.
«No aguantaba más. La
expectación, en aquella sala de espera repleta de revistas que nunca me habían
interesado, parecía no tener fin. Veía sucederse una retahíla de ofertas al
consumo desaforado, modelos inexpresivas, preguntas insípidas de lectoras con
inquietudes superficiales y respuestas intrascendentes, sin que aquello produjera
ese desdén del que realmente son dignas. La situación era grave, extrema.
El latido de mi
corazón, cual ciclista hormonado escapándose hacia una escarpada cumbre,cada vez tomaba más ventaja rítmica sobre el
tictac del reloj que lo envolvía todo.
La señora que me
cobraba al terminar cada consulta me rescató finalmente de aquel infierno. Me
guió, al fin, hasta el despacho de Santiago Abruzzi que, ante mis tres toques
secos a la puerta, abrió sin dilaciones. Sus pequeños ojos azules y penetrantes
me escudriñaron desde el primer instante. Un apretón de mano y me fui a sentar
directamente en uno de los mullidos sillones.
Me recordaba a un
cazador estudiando a su presa. No dejaba de escrutarme mientras reunía sus
folios golpeándoles suavemente sobre la mesita de cristal. Tomó con elegancia su
bolígrafo y luego, rompió el silencio.
—Hoy entraste como un vendaval, casi no
tomaste tiempo en darme la mano. Es la primera vez que necesitás una consulta
de urgencia. ¿Qué pasó?
Encendí un cigarrillo a pesar de mi situación, incluso con las mil y unas leyes coercitivas del
mundo, tenemos pactado uno por sesión, dos si ésta es muy intensa.Y lo cierto es que lo apremiante de mi situación me impulsaba a fumar, a pesar de la contraindicación, toda la cajetilla.
— Esto es terrible, Santiago. ¡Terrible! No se siquiera cómo llegué a esto. Ya sabes que Jóse se va cada tres
meses otros tres a Chile para trabajar en esa fábrica conservera.Y no ha sido
nadie más. Bueno, sí fue… pero yo no lo busqué siquiera.
—A ver, empezá a contarme
todo desde el principio.
Santiago Abruzzi tenía
razón, la situación que amenazaba mi ya escasa
cordura, merecía cierto orden en su exposición para poder ser entendida.
—El principio parecía intrascendente. Hará más
o menos un mes de eso. Estaba tumbada en mi cama, leyendo y había dejado la ventana abierta para que la
habitación se aireara. De repente, noté un ruido y me giré. Ahí vi a una de
esos pájaros demoniacos, una rata con alas… Una paloma. Odio a esos bichos,
siempre los detesté. Me provocan un miedo irracional. De niña, mi abuela quería
que les diera miguitas de pan. A mí me asustaba su deambular eléctrico, el caos
de sus alas y sus miradas huecas ―Tomé una honda bocanada de humo para retomar
fuerzas—.¿Nunca pasaste por debajo de un tendido eléctrico repleto de palomas?
Te sientes en peligro, en el punto de mira de un pelotón de ejecución. De
verdad, odio a esos pájaros —acompañé aquella reiteración con una expresiva
mueca de asco—. Y, como te decía, entró una de esas alimañas aladas. La maldita
paloma, por encima, tenía una puntería endemoniada. Cagó encima de mis
vaqueros, a la altura de mi entrepierna. Parece un dato irrelevante, pero no lo
es.
—¿Por qué decís eso?
—¡Porque he sido
fecundada por asquerosos excrementos de paloma! ¡Estoy embarazada!...
Continúa aquí
Cada vez se pone más interesante la historia, Sandra...
ResponderEliminarGracias, estimado anónimo ;)
EliminarEstoy de acuerdo, se va poniendo más interesante... Una semana más de espera ansiosa... :)
ResponderEliminarUn saludo!
Gracias por tus palabras, Ramón. :)
Eliminarjajajajajajajaja... anda que... Se me hace interesante, a ver qué pasa...
ResponderEliminarSaludos mediterráneos, Sandra!!!
Metaliteratura? jajajajaja...
ResponderEliminarCreo que cuando escribí el relato, que ya tiene un tiempo, ni sabía qué era la metaliteratura XD.
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