Decía un ilustre irlandés que “el único
deber que tenemos con la historia es rescribirla”. Pues bien, es curioso pensar que,
a veces, ciertos puntos de vistas parecen no variar por mucho que pasen los
años. Pero empecemos por el principio, sumerjámonos a través de los años,
perdámonos entre las hebras de las Parcas y desenmarañemos los hilos para
quedarnos con uno, el de una ilustre y noble romana, la única hija natural de
Augusto, el primer emperador de Roma: Julia.
Desde que Augusto había ascendido al
poder, el problema sucesorio resultaba una cuestión ineludible si Roma no
quería volverse a verse amenazada, nuevamente, por feroces luchas de poder
entre nobles señores de la guerra como lo habían sido Sila, César o el propio
Augusto.
Al no tener un hijo
varón, Augusto pronto mostró especial atención por su sobrino, Marcelo, al que
honró casándolo con nuestra protagonista, su única hija que contaba entonces
catorce años. Sin embargo, sea por lo que sea (nunca se aclaró verdaderamente
el por qué aunque Robert Graves marcara nuestros espíritus), Marcelo pronto
murió. Augusto que, por aquel entonces, había enfermado de gravedad, vio como
el problema sucesorio, lejos de estar resuelto, se convertía en una prioridad.
Acudió a su viejo compañero de mil batallas, Agripa al que, a pesar de no
contar con la mejor de las alcurnias, quiso unir a él para poder resolver el
acuciante problema. ¿Qué mejor que volver a usar a su aún joven hija?
Julia fue entregada entonces, en aquel 21 a.C, en matrimonio al veterano
Agripa. Esa unión
fue un absoluto fracaso pero llegaron a tener cinco hijos, entre ellos dos
varones: Cayo y Lucio. Con estos niños parecía que el problema dinástico estaba resuelto de una
vez por todas, pero los planes de Augusto volverían a torcerse al morir Agripa.
Siendo Cayo y Lucio demasiado jóvenes,
Augusto tuvo que buscar un nuevo sucesor. A la postre, a la tercera iría la
vencida y, de nuevo, casaba a su ya por dos veces viuda hija con el futuro
emperador, Tiberio. De nuevo Julia debía sacrificar su vida por los intereses
dinásticos.Aquel matrimonio nunca funcionaría y Tiberio se acabaría retirando a
la isla de Rodas.
Julia, mujer culta y con una personalidad
arrolladora, renegó de las viejas costumbres por las que debería haber vuelto a
la casa de su padre. Se relacionó con un grupo de personas eruditas, divertidas
y liberales, dedicándose, según sus acusadores (pues Julia pudo haber sido
víctima de una conjura), a un desenfrenado modus vivendi, por lo que
pronto se desatarían las habladurías sobre sus múltiples escarceos sexuales.
De nada sirvió su vida
de constante sacrificio por su padre, su familia, por Roma, pues Julia fue
repudiada por Tiberio y desterrada por su padre en el 2 a.C a una pequeña isla
de mala muerte de la bahía napolitana. En ese triste lugar de desdicha,
probablemente fue puesta al tanto de la muerte de sus hijos. Y ahí es donde
acabaría muriendo de inanición luego de que su ex marido, Tiberio, accediera al
principado y dejara de pagar su manutención en el 14 d.C.
La historia de Julia
resulta desgarradora, digna de una tragedia griega. Una figura silenciosa, cuya
vida fue sacrificada en pos de la sucesión dinástica, de la continuidad del
Principado, de la aeternitas romana.
Y sin embargo, tanta abnegación nunca fue reconocida. Vilipendiada por sus
contemporáneas, Julia ha pasado a la Historia como una mujer licenciosa,
adúltera, de escasa decencia que fue puesta en cintura en nombre de la
moral.
Que los contemporáneos de Julia no
repararan en los múltiples sacrificios de esa mujer, puede entenderse. Pero, lo
cierto es que la historiografía contemporánea, no hizo especial hincapié en las
continuas concesiones de Julia. Una heroína silenciosa de Roma, como lo fueron
tantas otras mujeres a lo largo de la Historia, con cuyo sacrificio se firmaron
alianzas y se alzaron reinos.
Mujeres protagonistas
mudas de la Historia, mujeres olvidadas y silenciadas.
Bibliografía (no exaustiva):
HAZEL,J., Quién es quién en la Antigua Roma,
Acento Editoria, Madrid, 2002.
ROLDÁN, J.M., Calígula, El autócrata inmaduro, La
Esfera de los libros, Madrid, 2012.
SANTOS, J.L., Aranova (Fiumicino, Italia),
vuelve a la luz el rostro de Julia, la hija del emperador Augusto, 2013 (consultada en Octubre de 2013)
Fotografía:Cabeza de la estatua de Julia la mayor, en el momento de su hallazgo, en el yacimiento de Aranova (Fiumicino, Italia), diciembre del 2012 (foto de la Repubblica)
Fotografía:Cabeza de la estatua de Julia la mayor, en el momento de su hallazgo, en el yacimiento de Aranova (Fiumicino, Italia), diciembre del 2012 (foto de la Repubblica)
Julia la Mayor fue tal cual lo que decís, una mártir de la vida y su padre. Yo leí hace poco a Robert Graves y también quedé muy influenciado. Supongo que jamás sabremos que causó en realidad la muerte de sus hijos y de Marcelo, o lo que provocó la supuesta promiscuidad de Julia. Es una suerte que hayan encontrado ese busto, pero sólo la identificaron por el peinado, y por ser un rostro desconocido supongo. Una completa injusticia que no podamos conocer el rostro de Julia a ciencia cierta, así como el de Livila, la hija de Druso el Mayor, ainque ésta se lo tenía merecido, o el de Julia Livia, la hermana de Calígula. Me alegra encontrar páginas que hablen de temas como éste, con los que no se puede hablar prácticamente con nadie. Muy buen artículo, gracias por él!!!!
ResponderEliminarMuchas gracias por tus amables palabras, no había reparado en tu comentario hasta hoy. Siento, por ello, no haberte contestado antes. Un saludo.
EliminarInteresantes los comentarios. Hay suficientes evidencias visuales, también de la numismática, y sobre todo la documentación de naturaleza epigráfica (que se salvaron de la damnatio memoriae) que avalan la importancia que tuvo Julia hasta su relegatio el año 2 a.C.
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