Tras un día a la carrera aquí tenéis la tercera y última parte del relato que encontré en el baúl de los recuerdos.(
parte I,
parte II)
Los
meses se fueron sucediendo en aquel infierno italiano. La toma de Montecassino
se había convertido más en una cuestión de honor que en una de estrategia. Cientos
de soldados norteafricanos habían caído para que el camino hacia Roma se
abriera desde otros frentes.
Un
último esfuerzo para alcanzar la morada de los justos, el paraíso que suponía
Montecassino. Un último sacrificio pagado con más sangre, les había pedido su
general, prometiéndoles nuevamente la gloria, así como días de vino y rosas.
Faysal
soñaba en su puesto de guardia, sintiendo el cálido aire del mes de mayo
golpeando su rostro. Observaba con detenimiento el cielo nocturno. Las
estrellas eran las mismas que las que alumbraban con su destello las dunas de su desierto
natal. La luna seguía ocultando su otra cara y le observaba, transmitiendo el
mismo sosiego de siempre, mientras iluminaba. las montañas a las que todos
ansiaban llegar.
*****
Los
gemidos de Ettore no dejaban de atormentar a Chiara que escuchaba, cual Dante
entre las ánimas del purgatorio, su eterno lamento que iba a enloquecerla. La
joven aún jugaba inconsciente con las cuentas del rosario que le había legado su
madre y que mantenía aferrado con la fuerza de la desesperación entre sus
manos. Había rezado toda la noche a la Virgen y a todos los santos pero, como
en el infausto día del nacimiento de Ettore, de nada le habían valido sus
plegarias.Los
alemanes habían entrado en su casa, comido su alimentos y llevado todo lo que
habían podido... inclusive a su padre. Confió en que volvería sano y salvo pues
nadie como él conocía los montes en los que los malditos alemanes quisieron internarse.
Las
cuentas del rosario chocaron una y otra vez entre los dedos crispados de Chiara, al compás de los sollozos de Ettore que parecía ahogarse. De fondo, sólo se
escuchó durante horas el silencio de la noche. hasta que una profunda hendidura
rajó ese mutismo coral. La vieja Brunetta gritó desesperada sacando a Chiara de
un trance en el que volvería a enterrarse durante semanas.
Los
días habían transcurrido y la victoria aliada era cada vez más cercana, pronto
les salvarían del constante saqueo. Chiara albergaba también el sentimiento de que,
con ello, su familia sería vengada. La
joven observaba el plácido cielo estrellado recordando las palabras de su padre
en una noche similar a aquella. Le había explicado que en la cara oculta de la
luna estaba la radiante sonrisa de su madre. Chiara perdió sus ojos en el
infinito, buscando hallarlos a ambos. Tras la silueta de aquellas montañas, regadas por la luz mortecina de las estrellas, quizás estuviera quien vengara a
su padre.
*****
Las
caras despojadas de los montes laciales dominaban el serpenteante río agitado
en su descenso que languidecía en una pequeña ensenada. El sol, amenazado por
unas nubes, fraguaba de cobre los verdes pastos en flor y la robusta arbolada
añeja de la que pendía la colorida colada que Chiara iba tendiendo. La joven, con
destreza, frotaba la ropa contra una
piedra ya pulida por el uso con una pieza de jabón para retirar cualquier rastro
de suciedad.
Montecassino había caído. Tras el espeso follaje
de los árboles, Faysal observaba a aquella chica y al niño que la acompañaba
jugando junto al río. Las mujeres de aquellas tierras eran diferente, y esta
joven tenía una melena rubia llamativa y unos gemelos tan redondos como la
barriga de una mujer encinta que nada tenían que ver con las prostitutas de los
burdeles.
De
repente, de entre los matorrales circundantes salió otro hombre. Faysal lo
conocía, era un compañero de batalla que se arrojó sin escrúpulos sobre aquella
preciosidad al alcance de su mano. El joven argelino sintió un hormigueo
recorriendo su cuerpo de pies a cabeza. No podía dejar que aquella belleza
sufriese a manos de aquel bruto.
―Dejala
en paz ―gritó Faysal en árabe mientras Ettore todavía no había tenido tiempo de
reaccionar y observaba atónito la escena. Chiara aprovechó aquel instante para
golpear la entrepierna de su asaltante que se encogió y revolcó ante el tremendo golpe. La
italiana con el vestido medio desgarrado observó asustada a Faysal. El argelino
intentó acercarse a ella pero la chica se echó, como una fiera herida hacia atrás. Las miradas de ambos
se cruzaron en aquel preciso momento. Chiara tenía miedo, no había
agradecimiento en sus ojos que nunca habían visto a una persona con rasgos
como los de Faysal.
El
argelino notó esa mirada decepcionada, prejuiciosa; inaguantable. El soldado agarró con fuerza el brazo de Chiara
manteniendo sus ojos de color avellana, fijados en los suyos. Negó un instante.
Cualquier atisbo de compasión se había desvanecido tras observar su gesto, el
mismo que el de las francesas tras liberar sus pueblos a costa de la sangre de
los suyos.
Ettore, de repente, corrió con furia asesina derribando a Faysal al suelo de un
salto salvaje, como un piojo hambriento de sangre. Sin embargo el argelino le propinó un
sonoro y brutal golpe seco en el rostro que dejó al niño inmóvil y tendido
sobre la hierba. Incrédula,con rabia desmedida, Chiara se echó sobre aquel extranjero. Faysal, tras el mordisco y los arañazos, tomó las muñecas
de Chiara con ímpetu, clavando nuevamente sus ojos en los de la italiana.
El
otro soldado, mientras tanto acababa de levantarse y simplemente se rió al
observar los últimos acontecimientos.
―Asi
que querías también tu botín ―negó ―Hay para los dos―dijo acercándose a ambos
Faysal
observaba la mirada aterrada de Chiara y concentró toda su fuerza en la
bofetada que iba a descargar sobre aquella mujer. Sintió, a continuación, un agradable
cosquilleo en su mano. Una leve sonrisa aliviada iluminó su rostro. Golpeó
repetidas veces su cara, sus ojos, mejillas, nariz, boca, dientes como si con
aquello pudiera borrar aquella mirada de su mente. La sangre brotaba
profusamente, acompañada de un alarido
de dolor desesperado de la joven campesina.
Aquello
encendía, más si cabía, la libido de ambos hombres reprimida por años de lucha
por una causa que nunca había sido realmente suya. Para Faysal aquello era el
cuerpo de Saïd calcinado, el golpe a su rostro y a su ego que le propinaron por reclamar la misma comida que sus supuestos compatriotas, los
permisos que nunca llegaron, sus sueños de ascenso frustrados. Tanto
sufrimiento, el horror, tantas mentiras
e hipocresía de los blancos bien merecían un pago. El general Juin, les había
hecho una última promesa. Les juró que, tras aquel maldito monte, todo les pertenecería durante dos días con sus
noches. Una única proclama cumplida que
reavivaba, aún más, la furia de Faysal.
Chiara, trémula y asustada, trataba de huir, pero Faysal la agarró por su
ondulada melena rubia atrayéndola violentamente hacia él. y arrancándole de un tirón al vestido. Las lágrimas se
entremezclaban con la sangre en los ojos hinchados de la joven italiana que no
era capaz de entender los acontecimientos y observaba el cuerpo inmóvil de su
hermano.
La muerte, Dios y sus plegarias, aquel que
vendría desde Montecassino para vengar a su padre y liberarla; todo eran sueños
absurdos, tan incongruentes como aquella mano indecorosa que sin miramientos
penetraba en su intimidad. Una insensatez, al igual que el sentimiento de
suciedad que ni el agua podría exorcizar. Tan irracionales como el vómito que
se escapaba de entre sus labios tras las violentas embestidas contra su
garganta mientras una silenciosa demencia la embargaba, sintiendo ahora, las
furiosas arremetidas de los argelino contra su malograda virtud. Chiara quería
despertar, huir, aullar, desvanecerse; quería morir. Faysal al fin, podría
volver a vivir.
La campiña se postraba vehemente, aullando en un mutismo
cadencioso colmado de violencia. La brisa fecunda del crepúsculo penetraba el alma de los presentes, mientras la naturaleza
entera se conmovía, emanando de sus
entrañas mancilladas, una lluvia amarga de sueños frustrados.
Nota
para quienes no conozcan los acontecimientos históricos que rodean este relato:
La toma de Montecassino durante al final de la Segunda Guerra Mundial está envuelta
en una importante polémica. Los Goumiers del cuerpo originario del Norte de Africa (por entonces colonia), usados como carne de cañón por el ejército francés fueron acusados de numerosos crímenes de
guerra: destrucción de pueblos, robos y
violencia pero sobre todo de violaciones masivas (y asesinato de los que
trataban interpornerse) En 1950 la Unión de Mujeres Italianas, organización de
mujeres comunistas habla de alrededor de 12 000 víctimas. El senado italiano
por contra, habla en 1996 de 2000 mujeres violadas y 800 hombres asesinados. El
hecho es que este suceso marcó profundamente la sociedad italiana hasta el
extremo en que desde entonces la expresión “marrocchinare” se usa como sinónimo de violación.
Estas
violaciones perpetradas en masa en los alrededores de Montecasino se
desarrollaron en dos días solamente y sólo son comparables en su intensidad a
otro episodio similar como los crímenes soviéticos en la batalla de Berlín.
Se
habla, incluso, de un posible discurso del general Juin al que hace referencia el
relato a sus tropas para alentarlos antes de la batalla:
“Más
allá de los montes, más allá de los enemigos que esta noche matareis, hay una
tierra abundante y rica en mujeres, vino y casas. Si conseguís pasar más allá
de esta línea sin dejar un solo enemigo vivo, vuestro general os promete, os
jura, os proclama: esas mujeres, esas casas, ese vino, todo lo que encontrareis
será vuestro, dejado a vuestro placer y disfrute durante 50 horas. Y podréis
tenerlo todo, hacerlo todo, tomarlo todo, destruirlo y llevarlo todo, si
venceis, si os lo mereceis, vuestro
general mantendrá su promesa, si obedecéis por última vez antes de la victoria”