¿Por qué participar entonces?
Para desinhibirme, bajar mis expectativas sobre mi propia producción, no detenerme con cualquier dato, simplemente remarcarlo en rojo para volver. Con ello quiero terminar de vencer los miedos y tirar hacia adelante. Soy consciente de que deberé volver sobre todo lo que escriba pero ya estará ahí y aun que ya dado carpetazo al síndrome de la página en blanco que me llegó a aquejar, sigo sintiendo un corsé que no me ha permitido, hasta la fecha, avanzar con la misma soltura en mi propuesta de novela que en otros escritos. La verdad y aunque lleve poco tiempo, de momento la cosa va bastante bien.
Como es evidente y tal como había anunciado en mi anterior entrada, no voy a escribir nada nuevo para el blog durante el mes, por lo que voy a acudir al recurrido cajón de los recuerdos. Tras removerlo un poco y luego de dudar, me quedo con la última edición que le he dado a Bolboreta, un relato por el que siento especial cariño y predilección. No está bien que yo lo diga, y probablemente por ello defraude, pero es uno de mis escritos propios favoritos.
Quedó en su momento como tercero en la votación popular del Vconcurso de relatos de Hislibris, no siendo, sin embargo, del gusto del jurado al que escuché para hacer la edición que ahora publicaré en este blog, a lo largo del mes de noviembre. Y ya termino... Para no querer escribir en el blog, menudo rollo acabé echando.
Bolboreta: Somos lo que recordamos
La bombilla titilaba, descubriendo su marchita luz
un suelo manchado de orines, heces y desesperación. Juana se hallaba sentada
sobre el enlosado de una sórdida celda, en un rincón de una ciudad que apenas
había llegado a conocer. Los recuerdos afloraban y se entremezclaban en un
clamor visceral que violentaba su mente y embotaba sus sentidos.
Buscaba sosegarse en medio de aquel entorno
desalentador. Su pecho se hinchaba y aflojaba con velocidad, delatando su
estado anímico. Sus ojos marrones y comunes estaban fijos en un techo, en el
que las manchas de moho y humedad formaban extrañas figuras. En días
anteriores, una de éstas le había recordado a la abstracta sombra de una
mariposa; sin embargo, en aquel preciso momento, perdida en un piélago de
lágrimas, no veía absolutamente nada.
A pesar de lo que podría indicar su agitada
respiración, le faltaba el aire y lo buscó en un profundo resuello como si
acabara de emerger a la superficie del mar. Pasó sus delicados dedos por su
rostro, recogiendo el lamento y sintiendo aún su sabor salado entre sus finos
labios. Sus pupilas, rodeadas de un rosa salobre, se posaron sobre su mano
izquierda cerrada con fuerza. Negó un instante y miró hacia otro lado,
percibiendo nuevamente un cuaderno y una pluma con tinta sobre el sucio y frío
suelo. Otro jadeo y abandonaría la superficie del océano revuelto de su mente.
Irresoluta, Juana apoyó la libreta contra su regazo
y la abrió a continuación. La estilográfica en su diestra, guiada por el hilo
de Ariadna de su voluntad, se posó trémula sobre una hoja en blanco.
«La
Coruña, ¿Julio? de 1936.
Querido Francisco:
Aquí estoy, esperándote, deseándote,
anhelando tus susurros, tu serenidad apasionada, tu calma arrolladora, tu
ímpetu sosegado, tus suaves besos desenfrenados.
Me han dejado papel y pluma, quizás
con la esperanza de que cuente algo que no deba. Sin embargo he decidido, ya
que no estás aquí conmigo, buscar tu compañía aunque sólo sea una febril
ilusión. Te escribiré como tantas veces hemos hecho a pesar de vernos casi a
diario. Dices que mis cartas son verdaderas novelas por lo largas que son, dada
la cantidad de incongruencias que siempre te hacen gracia y descubren esos
hoyuelos que tan bien le sientan a tu rostro. No me digas que soy halagüeña,
siempre lo pensé, desde la primera vez que te vi. ¿Lo recuerdas?
Recuerdos… Al final todo se resume a
eso, hasta lo que somos tú y yo. Descubrimos el mundo. Lo desciframos con
nuestras primeras conjeturas. Lo paladeamos vislumbrando la delicada trama de
las relaciones sociales, políticas, las desilusiones y las sorpresas, los
colores, las texturas, los sabores… Aprendemos a amar. Soñamos con cambiar ese
mundo que al final nos vencerá. Las máscaras se caen y, entonces, somos lo que
recordamos.
En estos instantes, son tantas las
remembranzas que acuden a mi mente que me mareo. Siento un vértigo
incontrolable mientras escribo estas consumidas letras.
Recuerdo la primera vez que mis ojos
se posaron sobre ti, en la biblioteca del Ateneo. Tan joven, tan elegante, con
tu sombrero en la mano, el cuello de tu camisa almidonado, tus pantalones
impecablemente planchados y tu chaqueta cruzada con esas hombreras que realzan
tu espalda. Solías acudir con tus amigos de la facultad de Derecho. De vez en
cuando, te veía hablando con Casares Quiroga, mientras el humo de tu cigarrillo
iba inundando el ambiente formando una densa neblina.
Recuerdo el olor tostado de tu tabaco
en aquella mañana de octubre en la que realmente nos conocimos. Fue un día
similar al de nuestra boda, con la misma tenue luz acariciando los techos de
Madrid. »
Francisco se hallaba recostado en una cama con su
pierna alzada y vendada. Su cigarrillo, aplastado contra el cenicero, aún
luchaba por su vida emitiendo una débil humareda. Tras la edición de «El Sol»
de aquella mañana se escondía su rostro. Éste pronto quedó al descubierto para
observar a la intrusa que se adentraba en su habitación. La mirada de ambos
delató al instante su mutua sorpresa al reconocerse.
—Señorita Capdevielle —saludó el hombre entre
confuso y educado—, no esperaba recibir una visita como la suya en un lugar tan
poco adecuado como
—Yo tampoco esperaba verle, señor Pérez Carballo
—secundó Juana que tampoco pudo disimular su desconcierto.
—En todo caso, no puede sino ser un placer
recibirla en mi actual hogar —dijo Francisco sonriendo muy levemente mientras
unos hoyuelos se formaban en sus mejillas. Con un sutil gesto de la mano,
abarcó el lugar para dar más peso a sus hospitalarias palabras.— Aunque si me
permite esta simple indiscreción, que en ningún momento contraviene mi
bienvenida, ¿qué pudo llevar a tan afamada bibliotecaria, hasta esta triste
habitación de hospital? No creo que usted se encargue de perseguir, por los
confines de Madrid, a los pendencieros lectores que aún no han devuelto sus libros.
—No lo descarte —contestó con donaire aquella mujer
que rozaba la treintena—. Sus retrasos en las devoluciones son tan comunes y
longevos que le convierten en una pequeña
celebridad dentro de nuestro gremio —una sonrisa breve se dibujó en los finos
labios de Juana—. Estoy aquí por un nuevo proyecto que estamos llevando a cabo.
Un servicio circulante de lectura para los enfermos del Hospital Clínico San Carlos y de la Cruz Roja —se calló un instante negando levemente ante lo que consideró un
terrible olvido—. Pero… qué maleducada. ¿Qué le ha sucedido?
—No se preocupe, señorita Capdevielle, no es nada.
Una mala caída. Fue luego de una de las últimas manifestaciones, al volver a mi
casa me sorprendió un grupo de falangistas en plena calle. Tuve que huir y
sufrí un desafortunado accidente cuando ya creía haberme librado de ellos. Es
una simple fractura, pero los médicos afirman que necesito reposo —comentó
pasándose una mano por sus despeinados cabellos tratando de darles un orden más
adecuado.
Juana bufó al escucharlo.
—Falangistas… Lo que nos faltaba. Son cuatro
violentos fascistas y, por encima, el Gobierno aceptó su ayuda para participar
de la represión en la huelga general.
Mientras la bibliotecaria del Ateneo y de la
facultad de Filosofía y Letras pronunciaba aquella pregunta con un obvio deje
de preocupación, pudo percibir como repentina y casi inocentemente los labios
del militante del partido de Azaña perfilaron una ligera sonrisa. El joven de
apenas veintitrés años acercaba confuso su mano hacia los oscuros cabellos
ondulados de Juana. El contacto fue muy leve, apenas un roce, un instante fugaz
que tuvo, sin embargo, inesperadas consecuencias. Desde una de las ondulaciones
de la media melena de la mujer, unas pequeñas y níveas alas habían despegado su
vuelo huidizo hacia un destino tan desconocido, en aquel momento, como el de la
propia España y su joven República.
—Gracias… No soy muy amiga de las polillas —señaló
Juana con un deje de nerviosismo.
Las cejas de Francisco se arquearon de forma
irremediable.
—Las polillas son en realidad una clase de
mariposa. Ésta era blanca. Seguro que todo saldrá bien —afirmó con insolente
obviedad—. En el pueblo de mi padre, en Lugo, dicen que en ellas habitan las
almas puras, redimidas, que traen suerte y buenas nuevas.
—¿En las polillas? —preguntó la bibliotecaria
retóricamente, riendo con sutileza.
—Sí, cómo lo oye, en las polillas. Aunque yo
prefiero llamarlas mariposas noctámbulas, es mucho más… —titubeó pensando en la
palabra adecuada— lírico. De hecho, en Galicia, les dan un nombre muy bello a
las mariposas, las llaman «bolboretas».
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A veces es bueno rebuscar en el baúl por aquellas historias olvidadas a las cuales es bueno oxigenar de cuando en cuando, así como a los libros se les debe dar un debido mantenimiento. Me gustó tu relato, mi querida mentora, asumo que está ambientado en un momento histórico donde se desarrolla esta historia de amor en dos tiempos. gracias por compartirla. Besos, Sandra!
ResponderEliminarQuizás el mayor error con este relato, el otro día fue olvidar plantear que continuaba XD. Y sí, es muy importante oxigenar. Ahora más necesario que nunca para poder escribir esa novela de una vez por todas :) Gracias Alonso.
EliminarMuy buen relato, querida Sandra, el que vas desplegando de mano de esa epístola que la protagonista escribe a su amado desde esa lóbrega celda. Me gustan mucho las novelas y relatos ambientados en nuestra Guerra Civil, y éste me ha encantado.
ResponderEliminarComparto muy gustosa hoy que puedo, porque esta temporada no podré entrar mucho por G+ a leer, por motivos personales que me dejan sin tiempo libre para ello. Besos y muy feliz semana.
Lamento que así sea. Siempre es un placer contar con tus amables comentarios. Espero que tu tiempo escasee por algo positivo. Muchas gracias por todos tus comentarios y un saludo, Mayte ;)
EliminarNo se nada de literatura...si algo de sentimientos y sentires y esta historia me hizo sentir y mucho;hermoso trabajo,espero con entusiasmo la continuación!
ResponderEliminarMuchas gracias, Betty. Ya tienes la continuación y espero que te guste tanto como la primera parte. No hace falta saber nada de literatura para apreciar o no un escrito. Es algo tan subjetivo como que te guste o no, te haga gracia, te conmueva o te asuste, dependiendo del objetivo del relato, en definitiva, que te llegue o no.
EliminarMe alegro, Sandra, de que nos hagas compartir uno de tus relatos históricos, ya que Bolboreta apenas lo recuerdo, siendo en éste el primero de los Concursos de Hislibris que yo participé.
ResponderEliminarBuena entrada y suerte con el Nanowritmo!!!
Palabras, palabras, palabras, venga ya!!! al ritmo y compás de los más aventajados.
Un abrazo.
Palabras, palabras, palabras. Qué estrés!!!
EliminarEspero que Bolboreta te guste, amigo Ricardo. Un placer tenerte por aquí :)
Un relato ameno y con buena química entre los protagonistas. Me gustó mucho esa manera lírica de llamar a las polillas: "mariposas noctámbulas", me resultó simpático.
ResponderEliminarSaludos.