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lunes, 10 de noviembre de 2014

Bolboreta: la vida es sueño

En este lunes lluvioso sigo con el Nanowrimo a buen ritmo y también con el relato que empezó la semana pasada: Bolboreta. Espero que os guste.
Y para los que se perdieron el inicio del relato, la historia protagonizada por Juana y Francisco empieza aquí y la habíamos dejado en este punto.

Bolboreta:  la vida es sueño


«En apenas unos instantes, me habías entregado un presente incorpóreo que, sin embargo, rozaba la eternidad; una hermosa palabra.
   Bolboretas, volvoretas, nunca supe muy bien la forma en la que se escribe este vocablo, pero resonó a mis oídos como un regalo. Evoca tantos otros conceptos: volveré, voltereta; bolbora en vasco, que significa pólvora; belbellita del latín, que expresa la belleza; vol en francés que explicita el vuelo, formulando la ingenua libertad concedida a las afortunadas mariposas, extrañas a las enajenaciones humanas. 
   Me enseñaste aquel día, unos versos del poeta Curros Enríquez que tradujiste gentilmente para mí al castellano, aunque dejaras una sola y única palabra en su lengua original. Nunca podré olvidar su sonoridad, equilibrio y aquel brillo apasionado en tus ojos azures al recitarlo:
“Bolboreta de alitas doradas
que te posas en la cuna vacía,
pues por él me preguntas,
ya sabes, qué fue de mi niño.
¡Oh, bolboreta libre, donairosa,
galante, seductora!”.
   No obstante, a tenor de lo ocurrido, puede parecer curioso que desde siempre hubiese aborrecido el amor. Cuando leía una historia romántica, sentía un fuerte latido en la sien que me obligaba a abandonar el libro. No soportaba esos cuentos, caricaturescos y dramáticos, en los que los protagonistas se contagiaban de una necedad provocada por la cegadora pasión: Tristán e Isolda, Romeo y Julieta, Los Amantes de Teruel, tonta ella y tonto él.
   Contra todo pronóstico cuarteaste, con tu discurso apasionado y una simple palabra, una coraza armada con precisión a lo largo de muchos años de militancia feminista que se jactaban de ese tipo de comportamientos naífs. Nada te dije ni nada demostré pero redoblé, con fingida casualidad, mi esfuerzo en el implemento del servicio circulante de lectura que me permitía verte y conocerte, dedicándote unas supuestas visitas de cortesía.
Tras el alta médica, vinieron los encuentros en el Ateneo, las charlas sobre política y los ríos de sangre que habían corrido en este país. Un 28 de diciembre, dos meses después de su infausto encierro y como si de una alegre inocentada se tratara, llegó la noticia de la liberación de Azaña. Obviamente, la celebramos.
   He vivido en muchos lugares, en Pamplona, donde me crié, en Francia, Alemania, Bélgica o Suiza, pero mi ciudad es diferente. Es un lugar sin noche. Cuando repican las doce campanadas en la Puerta del Sol, en ausencia de éste, Madrid sigue bullendo con el murmullo de su gentío imperecedero. Farolas encendidas, vendedores de diarios y loterías, cafés abiertos en los que el tiempo parece haberse detenido a media tarde.
Bajamos hacia Cibeles para ir a la Cervecería de Correos. Aquélla fue una cena de risas y canciones, percibidas a través de la espesa neblina del humo y de las destilaciones que invadían, poco a poco, el ambiente y los sentidos. Y entre tanta bruma, salí al refrescante encuentro de la que, desde las riberas del Manzanares, había cubierto con su espeso manto la noche madrileña.
   En la vida existen diferentes tipos de besos. Unos son fugaces, otros fruto de la costumbre, algunos tienen un sabor amargo, y también, existen los ni se advierten. Pero hay besos que siempre se recuerdan. El de aquella noche lo guardo en mis labios, mi cuerpo y mi mente. Aquel beso de una noche de los Santos Inocentes lo convoco, cándida, hasta esta celda, para sentir tu apoyo, para que no me deje deseándote.»

   La pluma de Juana se detuvo en el aire mientras paseaba su mirada por el techo para observar las manchas provocadas por la humedad de aquellas tierras del Norte, más alejadas que nunca de su feliz Madrid. Cerró los ojos, impulsando el aire hasta sus pulmones para seguir escribiendo.

   «Unos días más tarde, volvieron a tañer las doce campanadas en la Puerta del Sol para dar la bienvenida a 1935. Tú seguiste con tu actividad laboral. Parecías no tener techo. Con tan sólo veinticuatro años, ya eras letrado oficial en el Congreso de los diputados, profesor adjunto de Derecho Romano, y estudiabas arduamente para conseguir ser catedrático. Tú eres el ejemplo de que los tiempos han cambiado, quizás demasiado rápido para algunos, de que a pesar de ser el hijo de un ferroviario, de no entrar por los cauces del caciquismo y del clientelismo, se pueden alcanzar grandes metas.
   Yo seguía con mi trabajo en las bibliotecas. Siempre encontrábamos un hueco para vernos, y si por alguna extraña razón no lo hallábamos, quedaban las cartas que no dejaban de cruzarse a pesar de vernos casi a diario.
   Aquellos días son los visos de un parque en flor, el ajetreo de ruidosas tertulias en abarrotadas cafeterías, el tacto de la mullida hierba al tumbarse, el silencio de un atardecer, el olor del café mezclándose con el aroma de tu tabaco. Aquí en Galicia hablan de meigas, sin embargo Madrid arroja una hechizante mezcla de colores, atrapando y resguardando en su embrujo chulapón pero cosmopolita, a cualquiera que la conozca.
   Era una delicia pasear por el Retiro, deambular sin prisas por la Gran Vía. Recorríamos, en aquellas muchas veces frívolas tardes, los grandes almacenes de la Sepu, los escaparates de la tienda de Asunción Bastida y los días, indefectiblemente, se apagaban en el Madrid-París descubriendo los tesoros que nos brindaban las actuaciones de Luis Marquina, Jean Gabin o Antoñita Colomé. Unos instantes ensoñadores de vida artificial que mecían nuestras horas, y nos alejaban de un cotidiano menos gris de lo que jamás lo había percibido. Como creía Segismundo, mi vida iba transcurriendo como si fuera un sueño, del que yo no quería despertar. Mi mundo había hallado un nuevo impulso pero también el país.»

   Desde el centro de la Plaza Mayor de la capital de la República, sólo se percibían unas pocas estrellas que parecían, cual luciérnagas, salpicar el cielo de luz con su delicado brillo. El repiqueo de los tacones de Juana acompasaba perfectamente el paso de Francisco que se mantenía callado.
   —¿Qué te pasa, Paco? Te noto preocupado
El hombre tardó unos instantes en despegar sus labios.
   —Hoy hablé con Casares Quiroga…
   —Lo haces casi a diario.
  —No, no… Pero esta vez ha sido diferente —concluyó Francisco tomando aire. Volvió a callarse, mientras Juana lo observaba deteniendo su marcha—. Me ha dicho que me van a nombrar gobernador civil de La Coruña.
Juana le sonrió acariciando su mejilla.
   —¿Y cuál es el problema? Son buenas nuevas. Claro que…—se había quedado casi sin aire al reparar realmente en las consecuencias de aquel anuncio.
  —Claro que me tengo que ir hasta La Coruña y… —suspiró Francisco—. Quisiera que vinieras conmigo… No puedo ir hasta allá sin ti. Entiendo que supone dejar la biblioteca de la facultad y la del Ateneo, alejarse de Madrid pero…—negó abiertamente—. Yo… si no vienes, me quedaré aquí —titubeó para hablar entonces atropelladamente—. Cásate conmigo, Juanita. Ven conmigo a Galicia. Sé que no soy de tan buena familia como tú, que aquello queda muy lejos pero…—Pero a Francisco le costaba encontrar las palabras adecuadas.
   Juana mantuvo sus labios sellados durante unos pesados segundos. Toda su vida, sus estudios, sus conocidos, sus años de trabajo entraban en liza en una cruel pugna contra un simple e insensato sentimiento. Sin embargo, como los amantes que tanto había denostado, sufrió entonces un impulso que la llevó a abandonar la razón pregonada reiteradamente por su amiga María Zambrano. Empezó una frase a priori sin sentido pero que, como una crisálida, anunciaba un cambio inminente, una profunda metamorfosis en su vida.
   —Pero allá hay bolboretas, no son simples mariposas…
Continúa aquí

6 comentarios:

  1. Emotivo viaje en el tiempo el que nos estás brindando con tu prosa, Sandra. Ayer leí la primera parte y hoy acabo de leer la segunda. Supongo que los que seguimos tu historia experimentamos lo mismo que antaño experimentaban aquellos lectores obligados a leer a sus novelistas favoritos por entregas. Habrá que esperar pacientemente la próxima entrega. Un saludo.

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    1. Muchas gracias, Pedro. Supongo que no será el formato ideal para un relato de este género, pero también me gusta variar un poco el tipo de aportación que hago al blog. Un saludo ;)

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  2. Emotivo y evocador, todo un placer para los sentidos, al menos, en este caso, visuales. Un abrazo y feliz semana Sandra.

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  3. Me ha gustado mucho, Sandra. Además veo todos los lugares de Madrid, del Madrid que tanto conozco y quiero, a pesar de no vivir en él.
    Muy bonita historia.
    Un saludo.

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    1. Gracias Isabel, y me alegra de que te pudiera gustar el relato y sus menciones a Madrid ;)

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