En el fondo, esto es algo similar a la evolución de un buen vino al que el paso del tiempo lima las asperezas. El problema es que, en algunas ocasiones, el tiempo no siempre actúa en favor del brebaje que puede llegar a echarse a perder, por lo que volver sobre los propios escritos, no siempre ha de ser algo positivo.
Hace relativamente poco, me embarqué en esa aventura, reescribiendo en gran medida, un texto al que tengo especial cariño llamado, por entonces, "el tiki" que pudisteis leer en el blog de LG Morgan. Tenía ganas de "meterle mano" en profundidad. He cambiado el título, pues quería marcar una diferencia entre ambos textos. Este ha sido el resultado que publicaré a lo largo de dos entradas.
Un ídolo en la niebla (parte I)
―Siéntese
Cooper, y tome un buen trago, lo necesitará. ―invitó el comisario mientras el hielo
crujía al contactar con el whisky en la copa del inspector.
―
Muchas gracias señor, es usted muy amable y…
―Ahórrese
las lisonjas ―interrumpió el comisario―. No tengo ese trato con cualquiera. Me
gusta mi whisky y prefiero disfrutarlo sólo, pero sé que Wilshire y usted siempre
fueron amigos.
El
rostro del inspector, ya blanco de por sí, se tornó desvaído al escuchar el
nombre del que había sido su mejor amigo, William Wilshire.
―Nunca
entendí el interés de la gente por tener un diario ―El comisario rasgó un
fósforo y, tras el chispazo, el tabaco crepitó―. Una vanidad absurda que, en
todo caso, le viene de perlas a nuestro gremio ―expulsó humo colaborando en
volver más irrespirable, si cabía, el aire cargado de la comisaría que se
asemejaba a una densa y pestífera niebla.― Pues bien, resulta que su amigo
Wilshire tenía uno.
Cooper
observaba paralizado por la impresión al comisario. Lo ocurrido había minado su
confianza. Revivía en su imaginación los acontecimientos como si su mente fuera
un proyector gastado de una película de Friz Lang. El comisario añadió al
ambiente unas cuantas ondas serpenteantes y unos circulitos, antes de empezar a
leer el diario.
«Me llamo William Wilshire, nací en Nueva
Inglaterra, en 1896. Desde mi más tierna infancia he sido un idealista, dueño
de una fortuna desigual, vehemente, incapaz de seguir unos estudios
tradicionales. Durante veintiún años viví a la sombra de mi hermano Christopher,
e incluso, de la de mi amigo Cooper. Christopher siempre era el mejor de los
tres, víctima de una adulación social sin igual. Él era superior en los
deportes, en los estudios e incluso en el amor, pues hasta me había arrebatado
a Helen. Veintiún largos años… Ese fue el tiempo en el que la fortuna ambicionó
serme esquiva. Sin embargo, todo cambió una tarde de junio de 1917. Ese fue mi
mayor logro, el don que quiso proporcionarme la vida, pues esa noche conseguí
el Tiki..
Estábamos
los tres enrolados en la marina, en plena Gran guerra. Nos encontrábamos a
bordo de una barca, realizando una maniobra militar, cerca de Raitea. Es un
sitio singular que rompe muchas veces con lo paradisiaco del lugar. He visto
esa isla casi siempre rodeada de una espesa niebla, como si quisiera esconder
su secreto. Hoy es el día en el que sé que su centro alberga el gran Marae, el
templo más importantes para los indígenas de las islas bajo el viento, pero por
entonces, desconocía todo acerca de aquel lugar y sus costumbres.
El mar
estaba cubierto por un espeso manto de algodón sucio que me impedía ver mis
propios pies. Parecía estar sumergido en esa bruma hasta la cintura, con la sensación
de que, pronto, me cubriría hasta ahogarme. No conseguía siquiera distinguir a
Cooper o a mi hermano que había aprovechado el momento para bromear y
asustarnos, valiéndose de los meandros en los que suele perderse la mente
cuando se adentra en lo ignoto. Sentía mi corazón latir en la sien, el pecho me
dolía por la falta de aire, como si estuviera hundiéndome en un mar de niebla
turbia hasta que de repente, sentí un golpe sordo. Algo acababa de chocar
contra el casco de nuestra embarcación. Me acerqué hasta el borde, asustado,
entrecerrando los ojos para tratar de percibir algo en medio de la tupida
blancura sucia. Creo que sin su ayuda no lo habría encontrado, pero mis ojos se
vieron guiados por una fuerza invisible hasta vislumbrar su perfil que flotaba
sobre las oscuras ondas de aquel océano. Lancé un cubo al agua, entre los sardónicos
comentarios de Cooper y mi hermano que se rieron de la estrechez de mi tesoro
al reparar en la pequeña estatuilla de
madera tallada con rasgos tribales incisos. Era un Tiki por lo que me dijeron
luego los indígenas. Me contaron, aunque lo quisiera obviar, que si le
entregaba un sacrificio, me proporcionaría suerte.»
―¿La encontró tal como relata?― preguntó el comisario
dando un trago a su whisky.
―Sí, aunque yo lo hubiera dicho de forma menos
engolada.
El comisario asintió y siguió entonces con la lectura
«No le di mayor importancia a aquel objeto, hasta
la noche anterior a nuestra llegada al puerto de Nueva York. Estábamos en los
camarotes, limpiando nuestras armas tras un ejercicio. Comentábamos algunos
sucesos del día, y nos acordamos de aquella noche y de las bromas acerca de la
estatuilla. Saqué el objeto del fondo de mi mochila para que todos lo
observáramos y tras reírnos por las ocurrencias de mi hermano sobre su grotesco
aspecto, seguimos limpiando nuestras armas. Todavía recuerdo nítidamente aquel
instante. Christopher estaba frente a mí, sonriendo y hablando mientras pasaba
un paño por su revólver. Una idea cruzó mi mente sin saber por qué. ¿Y si el arma de
Christopher se disparaba, cambiaría mi suerte? ¿El tiki lo consideraría un
sacrificio?”.
Se escuchó un estruendo. La sangre y la carne
salpicaban cada rincón de aquel camarote. No había sido el arma de Christopher,
sino la de Cooper la que se había disparado. Mi amigo lloraba desconsolado,
tirándose sobre el cuerpo inanimado de Christopher, mientras mi vista, como
llevada por una fuerza superior, se clavaba sobre el Tiki teñido por la sangre
de mi hermano. Aquello fue un regalo del destino, y de facto, mi vida cambió
gracias a aquel hecho fortuito».
El comisario sirvió otra copa de whisky
a Cooper que sentía cómo sus tripas estaban comprimiéndose al escuchar las
inclementes palabras pronunciadas por la ronca voz de su superior
«En realidad, no estoy tan seguro de que lo
sucedido fuera casual. En mis investigaciones, he descubierto que el espíritu
de un Tiki, sintiéndose en manos seguras, puede revelarse ante su dueño. El
Dios liberó a mi mente de sus ataduras para darle su sacrificio, castigando a
Chris por sus palabras blasfemas.
Mi vida dio entonces un giro drástico. Todavía no era
consciente de mi suerte, y me sentía atormentado por la muerte de mi hermano.
Me di a la bebida y al juego. Aquello hubiera tenido que llevarme a la ruina,
pero provocó mi fortuna. Tenía una suerte inaudita en el azar, y pronto
prosperé. Eso me ayudó a volver a asentar la cabeza, convirtiéndome también en
el pilar sobre el que se apoyaba Helen que, finalmente, acabó saliendo conmigo.
Todos aquellos hechos no podían ser meras coincidencias. Todo era obra y gracia
de mi preciado Tiki...
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Imagen de Dolores Guerrero
Me ha gustado mucho, esperaré las siguientes partes con ganas. ¡Saludos de MundoLiterario!
ResponderEliminarMuchas gracias, Andrés. Un saludo ;)
Eliminaraparte de interesante tu historia también es misteriosa, eres cruel para hacernos esperar hasta la siguiente entrega
ResponderEliminarjajaja Me alegra de que te gustara ;)
EliminarGostei muito de ler esta parte,
ResponderEliminarFico a aguardar pela próxima
Gracias Susana.
EliminarGenial, me ha encantado. Con muchas ganas de leer la continuación!
ResponderEliminarMuchas gracias, Litus. Un saludo ;)
EliminarInteresante! Me gusta.
ResponderEliminarMe alegra de que te gustara, Miguel. Un saludo.
EliminarUn buen comienzo para la historia. Bien escrito, con el pequeño detalle de que en algunas frases demasiado largas, que hacían densa la lectura. Pero, vamos, detalles muy pequeños. Por lo demás, ¡me pongo a leer muy interesado la segunda parte!
ResponderEliminarInteresante reflexión, Javier. Lo tendré en cuenta.
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