Desde luego, muy lejos están esos momentos con la idea del relato que presento a continuación.
El primer párrafo pertenece a un texto que había presentado en el multiverso. Era lo único que me gustaba, así que decidí volver a emplearlo tratando de crear otra historia a su alrededor, y este es el resultado:
Sola
Dolores
García tenía una vida anodina. Pasaba sus horas viendo lo que hacían los demás a través de la ventana del
televisor. Los días transcurrían sin que nada rompiera su rutina monótona. Se
levantaba, duchaba, iba al mercado, no se perdía nunca el programa de Mariló,
cocinaba, comía, veía la telenovela y luego la tertulia del corazón de la tarde
seguida de la de la noche, se hacía unos bigudíes para marcar unos rizos en los
que sólo ella se fijaba y finalmente, se acostaba en su solitaria cama.
Dolores,
como cada mañana, se despertó, enfundó su bata, fue al baño, retiró metódicamente sus bigudíes y fue a
tirar la basura que había dejado olvidada la noche anterior, con la sensación
mareante de que aquel descuido señalaba alguna anomalía.
Encendió
su televisor y no se encontró ni cotilleos, ni telenovela, ni siquiera con charlas
de médicos que dieran rienda suelta a su hipocondría. No había señal.
Espantada, le dio unos golpecitos pero nada ocurrió. Sus delgadas piernas
corrieron hacia el teléfono para llamar al servicio técnico: no había línea.
Salió
hacia fuera. Sin nubes, el cielo lucía de un azul intenso. El panadero con el
que hablaba cada día no había abierto aquella mañana, tampoco la peluquería o
la frutería. Dio media vuelta. A mala gana fue junto a aquellos inmigrantes que
vivían cerca de su casa: nada. Tomó aire sintiendo un extraño calor, aquel día
no había viento.
Con
mayor desgana se plantó ante la puerta de sus vecinos, a pesar de que le gustaba
evitarlos. Para ella, su presentador de tertulias favorito, al que quería como su
sobrino que no venía nunca a visitarla, era "gay", ellos, que no
pertenecían al universo catódico, simplemente eran "maricones". Llamó
con fuerza y sólo escuchó en respuesta el silencio.
Y en aquel instante sintió como su corazón se embarcaba en una frenética carrera contra sus sentidos, batiendo contra su pecho. El silencio resultaba atronador: ni coches, ni peatones, ni ciclistas. No se escuchaba ni el cantar de un pájaro, ni el maullar de un gato o el ladrido de un perro: nada. Estaba sola en medio de una ciudad sin ruidos, olores; sin sentido. Estaba vacía, todos se habían esfumado. Sólo quedaba el estentóreo silencio roto por el latido de su corazón que se había acelerado como si hubiera coronado el Angliru y el sol resplandeciendo solitario en aquel inmenso cielo azul inmaculado que quemaba sus retinas.
Y en aquel instante sintió como su corazón se embarcaba en una frenética carrera contra sus sentidos, batiendo contra su pecho. El silencio resultaba atronador: ni coches, ni peatones, ni ciclistas. No se escuchaba ni el cantar de un pájaro, ni el maullar de un gato o el ladrido de un perro: nada. Estaba sola en medio de una ciudad sin ruidos, olores; sin sentido. Estaba vacía, todos se habían esfumado. Sólo quedaba el estentóreo silencio roto por el latido de su corazón que se había acelerado como si hubiera coronado el Angliru y el sol resplandeciendo solitario en aquel inmenso cielo azul inmaculado que quemaba sus retinas.
Trepaban
los aromas a lejía y medicamentos, junto a un rítmico pitido cuando parpadeó. Entonces
cientos de ruidos renacieron y acompañaron aquel discontinuo silbido: voces en
el pasillo y, tras la ventana, el desfile de los coches, el canto del martillo
neumático, y el aullido de las sirenas de las ambulancias que iban y venían entregando
su auxilio.
Dolores
observó en silencio su aséptica habitación de hospital. No había flores, ni
siquiera una nota y el televisor lucía hueco, apagado, sin nadie que hubiera
echado una moneda para encenderlo. Dolores estaba sola.