En este lunes lluvioso sigo con el Nanowrimo a buen ritmo y también con el relato que empezó la semana pasada: Bolboreta. Espero que os guste.
Y para los que se perdieron el inicio del relato, la historia protagonizada por Juana y Francisco empieza aquí y la habíamos dejado en este punto.
Bolboreta: la vida es sueño
«En apenas unos instantes, me habías
entregado un presente incorpóreo que, sin embargo, rozaba la eternidad; una
hermosa palabra.
Bolboretas, volvoretas, nunca supe muy bien la forma en
la que se escribe este vocablo, pero resonó a mis oídos como un regalo. Evoca
tantos otros conceptos: volveré, voltereta; bolbora en vasco, que significa pólvora; belbellita del
latín, que expresa la belleza; vol en francés que explicita el vuelo, formulando la ingenua
libertad concedida a las afortunadas mariposas, extrañas a las enajenaciones
humanas.
Me enseñaste aquel día, unos versos
del poeta Curros Enríquez que tradujiste gentilmente para mí al castellano,
aunque dejaras una sola y única palabra en su lengua original. Nunca podré olvidar
su sonoridad, equilibrio y aquel brillo apasionado en tus ojos azures al
recitarlo:
“Bolboreta de alitas
doradas
que te
posas en la cuna vacía,
pues
por él me preguntas,
ya
sabes, qué fue de mi niño.
¡Oh, bolboreta libre,
donairosa,
galante,
seductora!”.
No obstante, a tenor de lo ocurrido,
puede parecer curioso que desde siempre hubiese aborrecido el amor. Cuando leía
una historia romántica, sentía un fuerte latido en la sien que me obligaba a
abandonar el libro. No soportaba esos cuentos, caricaturescos y dramáticos, en
los que los protagonistas se contagiaban de una necedad provocada por la
cegadora pasión: Tristán e Isolda, Romeo y Julieta, Los Amantes de Teruel,
tonta ella y tonto él.
Contra todo pronóstico cuarteaste,
con tu discurso apasionado y una simple palabra, una coraza armada con
precisión a lo largo de muchos años de militancia feminista que se jactaban de
ese tipo de comportamientos naífs. Nada te dije ni nada demostré pero redoblé,
con fingida casualidad, mi esfuerzo en el implemento del servicio circulante de
lectura que me permitía verte y conocerte, dedicándote unas supuestas visitas
de cortesía.
Tras el alta médica, vinieron los
encuentros en el Ateneo, las charlas sobre política y los ríos de sangre que
habían corrido en este país. Un 28 de diciembre, dos meses después de su
infausto encierro y como si de una alegre inocentada se tratara, llegó la
noticia de la liberación de Azaña. Obviamente, la celebramos.
He vivido en muchos lugares, en
Pamplona, donde me crié, en Francia, Alemania, Bélgica o Suiza, pero mi ciudad
es diferente. Es un lugar sin noche. Cuando repican las doce campanadas en la
Puerta del Sol, en ausencia de éste, Madrid sigue bullendo con el murmullo de
su gentío imperecedero. Farolas encendidas, vendedores de diarios y loterías, cafés
abiertos en los que el tiempo parece haberse detenido a media tarde.
Bajamos hacia Cibeles para ir a la Cervecería de Correos. Aquélla fue una
cena de risas y canciones, percibidas a través de la espesa neblina del humo y de las destilaciones que invadían, poco a poco,
el ambiente y los sentidos. Y
entre tanta bruma, salí al refrescante encuentro de la que, desde las riberas
del Manzanares, había cubierto con su espeso manto la noche madrileña.
En la vida existen diferentes tipos de besos. Unos son fugaces, otros fruto
de la costumbre, algunos tienen un sabor amargo, y también, existen los ni se
advierten. Pero hay besos que siempre se recuerdan. El de aquella noche
lo guardo en mis labios, mi cuerpo y mi mente. Aquel beso de una noche de los
Santos Inocentes lo convoco, cándida, hasta esta celda, para sentir tu apoyo,
para que no me deje deseándote.»
La pluma de Juana se detuvo en
el aire mientras paseaba su mirada por el techo para observar las manchas
provocadas por la humedad de aquellas tierras del Norte, más alejadas que nunca
de su feliz Madrid. Cerró los ojos, impulsando el aire hasta sus pulmones para
seguir escribiendo.
«Unos días más tarde, volvieron a
tañer las doce campanadas en la Puerta del Sol para dar la bienvenida a 1935.
Tú seguiste con tu actividad laboral. Parecías no tener techo. Con tan sólo
veinticuatro años, ya eras letrado oficial en el Congreso de los diputados,
profesor adjunto de Derecho Romano, y estudiabas arduamente para conseguir ser
catedrático. Tú eres el ejemplo de que los tiempos han cambiado, quizás
demasiado rápido para algunos, de que a pesar de ser el hijo de un ferroviario,
de no entrar por los cauces del caciquismo y del clientelismo, se pueden alcanzar grandes metas.
Yo seguía con mi trabajo en las
bibliotecas. Siempre encontrábamos un hueco para vernos, y si por alguna
extraña razón no lo hallábamos, quedaban las cartas que no dejaban de cruzarse
a pesar de vernos casi a diario.
Aquellos días son los visos de un parque en flor, el ajetreo de ruidosas
tertulias en abarrotadas cafeterías, el tacto de la mullida hierba al tumbarse,
el silencio de un atardecer, el olor del café mezclándose con el aroma de tu
tabaco. Aquí
en Galicia hablan de meigas, sin embargo Madrid arroja una hechizante
mezcla de colores, atrapando y resguardando en su embrujo chulapón pero
cosmopolita, a cualquiera que la conozca.
Era una delicia pasear por el Retiro, deambular sin prisas por la Gran
Vía. Recorríamos, en aquellas muchas veces frívolas tardes, los grandes almacenes
de la Sepu, los escaparates de la tienda de Asunción Bastida y los días,
indefectiblemente, se apagaban en el Madrid-París descubriendo los tesoros que
nos brindaban las actuaciones de Luis Marquina, Jean Gabin o Antoñita
Colomé. Unos instantes ensoñadores de vida artificial que mecían nuestras
horas, y nos alejaban de un cotidiano menos gris de lo que jamás lo había
percibido. Como creía Segismundo, mi vida iba transcurriendo como si fuera un
sueño, del que yo no quería despertar. Mi mundo había hallado un nuevo impulso
pero también el país.»
Desde el centro de la Plaza Mayor de la capital de
la República, sólo se percibían unas pocas estrellas que parecían, cual
luciérnagas, salpicar el cielo de luz con su delicado brillo. El repiqueo de
los tacones de Juana acompasaba perfectamente el paso de Francisco que se
mantenía callado.
—¿Qué te pasa, Paco? Te noto preocupado
El hombre tardó unos instantes en despegar sus
labios.
—Hoy hablé con Casares Quiroga…
—Lo haces casi a diario.
—No, no… Pero esta vez ha sido diferente —concluyó
Francisco tomando aire. Volvió a callarse, mientras Juana lo observaba
deteniendo su marcha—. Me ha dicho que me van a nombrar gobernador civil de La
Coruña.
Juana le sonrió acariciando su mejilla.
—¿Y cuál es el problema? Son buenas nuevas. Claro
que…—se había quedado casi sin aire al reparar realmente en las consecuencias
de aquel anuncio.
—Claro que me tengo que ir hasta La Coruña y…
—suspiró Francisco—. Quisiera que vinieras conmigo… No puedo ir hasta allá sin
ti. Entiendo que supone dejar la biblioteca de la facultad y la del Ateneo,
alejarse de Madrid pero…—negó abiertamente—. Yo… si no vienes, me quedaré aquí
—titubeó para hablar entonces atropelladamente—. Cásate conmigo, Juanita. Ven
conmigo a Galicia. Sé que no soy de tan buena familia como tú, que aquello
queda muy lejos pero…—Pero a Francisco le costaba encontrar las palabras
adecuadas.
Juana mantuvo sus labios sellados durante unos
pesados segundos. Toda su vida, sus estudios, sus conocidos, sus años de
trabajo entraban en liza en una cruel pugna contra un simple e insensato
sentimiento. Sin embargo, como los amantes que tanto había denostado, sufrió
entonces un impulso que la llevó a abandonar la razón pregonada reiteradamente
por su amiga María Zambrano. Empezó una frase a priori sin sentido pero que,
como una crisálida, anunciaba un cambio inminente, una profunda metamorfosis en
su vida.
—Pero allá hay bolboretas, no son simples
mariposas…
Continúa aquí
Emotivo viaje en el tiempo el que nos estás brindando con tu prosa, Sandra. Ayer leí la primera parte y hoy acabo de leer la segunda. Supongo que los que seguimos tu historia experimentamos lo mismo que antaño experimentaban aquellos lectores obligados a leer a sus novelistas favoritos por entregas. Habrá que esperar pacientemente la próxima entrega. Un saludo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Pedro. Supongo que no será el formato ideal para un relato de este género, pero también me gusta variar un poco el tipo de aportación que hago al blog. Un saludo ;)
EliminarEmotivo y evocador, todo un placer para los sentidos, al menos, en este caso, visuales. Un abrazo y feliz semana Sandra.
ResponderEliminarMuchas gracias Frank, por tus palabras.
EliminarMe ha gustado mucho, Sandra. Además veo todos los lugares de Madrid, del Madrid que tanto conozco y quiero, a pesar de no vivir en él.
ResponderEliminarMuy bonita historia.
Un saludo.
Gracias Isabel, y me alegra de que te pudiera gustar el relato y sus menciones a Madrid ;)
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