Descubrir el mundo, descifrarlo con nuestras primeras conjeturas, vislumbrar la delicada trama de las relaciones sociales, las desilusiones y las sorpresas, los colores, las texturas, los sabores. Aprender a amar, a corromperse, a saber que el universo nos ha vencido o que todos nos vamos a morir. Las máscaras se caen y las ilusiones se marchitan tras límites sutiles pero infranqueables. Al final de nuestras historias, de nuestras vidas, más cortas o más largas, somos lo que recordamos. La memoria nos identifica; nuestros credos, engaños, padecimientos… Nuestros miedos.
Tengo miedo
del miedo, miedo a lo que me dicen y
a lo que creo. Miedo a las tergiversaciones de mi mente. Miedo a la
ausencia de mi alma. ¿Soy humana? ¿Qué es ser humano?
Decía un
filósofo eterno “pienso luego existo”. Los animales piensan pero no tienen
semejante profundidad en su reflexión. Un ser humano siente, sufre, ama, cree
como resultado de sus experiencias. Sus actos le enseñan a sentir, a padecer, a
vivir. Sus recuerdos marcarán quién es. Yo siento todo eso, yo quiero creer…
—Viajando hacia Orión,
seguimos la estela,
mientras la luz de un cometa,
baila con los aros de Hefesteión
Duerme mi niña.
Sigue tu
estrella,
el sueño más
bello,
mientras yo te velo.
La vida se hace sueño.
Recuerda este momento,
Mi canto es real,
Lejos quedará el mal.
El legionario Lucio Tarquinio estaba sentado en
su mullida silla observando a una mujer de facciones finas y amoldadas a su tez clara tras una espesa ventana blindada.
El gesto del militar se había vuelto a crispar al escuchar aquella canción
saliendo de los labios delicados pero ensangrentados de la mujer que vigilaba.
—¿Qué está haciendo, Tarquinio? – le preguntó,
Marco, otro soldado que acababade llegar a la sala.—Lo de todos los días: llorar, dormir, mear, cagar, comer y ahora, volver a cantar esa estúpida canción—contestó malhumorado observando como la joven se tapaba el rostro compulsivamente con las manos para ocultar el manar continuo de sus lágrimas.
Marcia se hallaba en posición fetal, en un rincón solitario de una sala vacía. Aquella agraciada
mujer de delgada complexión que el legionario Tarquinio observaba día tras día,
estaba rodeada por espejos que delataban su patética condición. Los fluorescentes
titilantes descubrían el suelo manchado de orines, heces, sangre y
desesperación. Los recuerdos, los malditos recuerdos afloraban y se entremezclaban
en la mente de Marcia en un clamor visceral, en una danza infernal que invadía
su mente y embotaba sus sentidos.
—¿Por qué
yo? ¿Por qué entre todas las personas me pregunta a mí? Yo no soy así, yo no
puedo ser así. Yo nací como todos, yo viví como todos. Soy como todos... –explicó
desesperada Marcia
—¿Cuéntame
sobre tu vida? –había inquirido el delator de uniforme oscuro a la joven
mientras, al característico rasgar del fósforo, le sucedía el crepitar de un
cigarrillo encendiéndose
—¿Qué quiere le cuente? Soy normal le digo, totalmente
normal. Nací en Colonia Aurea hace veinticuatro años. Mi madre se llamaba Julia
y mi padre Marcial. Fui a la academia Minerva y luego me gradué en la
Universidad augustea.
—Háblame
de tu infancia —indagó el teniente tras expulsar una profunda calada de
humo.
Aquella espesa humareda se expandió como la
niebla sobre las siete colinas, disipándose de súbito, bajo el foco de la
consciencia de Marcia. El llanto había cesado mientras su mente, por unos
escasos segundos, volvía a estar en aquella habitación vacía observando, con
sus ojos enrojecidos e inexpresivos, su desmejorado reflejo. Los recuerdos se
deshacían para volver a juntarse y clavarse en su memoria como cuchillos
afilados y dañinos que se entremezclaban con sus pensamientos turbados.
Mi
infancia… Mi puñetera infancia ¿era real? ¿Fue un sueño? Guardo muchos
recuerdos de aquel tiempo. Era muy tímida. Recuerdo que cuando tenía cuatro
años, mi madre me llevaba a parvulario y yo no quería ir, odiaba aquel colegio.
Prefería el cálido aroma a caldo sabino de mi casa. Lloraba, me tiraba al suelo
gritando, y luego entraba en clase y no hablaba con nadie. Me acuerdo como me
enseñaban a dibujar, siempre hacía grandes soles rojizos, y cuando aprendí a
escribir, como me decían una y otra vez “coge bien el estilete”, cosa que nunca
hice, pues lo sigo agarrando mal hoy en día.
Esperaba
ansiosa el fin de semana. Los sábados por la mañana me despertaba pronto y
entreabría la puerta de la habitación de mis padres despacio… muy despacio para
no despertarlos. Corría entonces, para de un salto, meterme en la cama con
ellos. Nunca olvidaré esa sensación de
ternura y protección entrelazadas, esas risas y batallas con almohadas con mi
hermano pequeño, las ventanas rotas emulando a los campeones del anfiteatro.
Mi
infancia son los colores de un parque en flor, el tacto de la hierba al tumbarse,
el olor de la lluvia tras una tormenta de verano. Mi niñez, como todas las
cosas buenas de esta vida, pasó. Era buena alumna, quizás demasiado buena, ahora
que lo pienso, y con el paso del tiempo, aprendí a ser más sociable dejando de
gritar cada vez que me llevaban a la academia.
Crecí,
me salieron algunos granos, por mucho que luchara contra ellos. Empecé a tocar
el laúd e, incluso, como todos los adolescentes, me perdía por los rincones del
morfeonet. A diferencia de muchos otros, mi primer amor fue real. No era un
chico escondido tras una imagen falsa en los mundos virtuales.
No
he dejado de poder mirar si su nombre estaba entre los supervivientes de la
sublevación asimoviana.
Fue
mi primer amor, de esos de los que se
habla durante años pero con los que no pasó poco o casi nada. De esos amores pensados
de los que se celebran los aniversarios por el día en el que conociste al otro,
te sonrió o hablaste con él. Aquel amor que no puede ser olvidado, cuyo nombre se
repetía en cada recoveco de la mesa en la que me sentaba, de mis carpetas y de
mi alma. Imaginaba, durante horas, conversaciones ficticias que jamás llegaban
a darse, buscando temas en común para luego no hablar. Ahora que han pasado
casi diez años ya podría mirarlo a la cara y decirle lo que significó para mí;
cuánta importancia tuvo para una chica acomplejada de quince años. Sin embargo,
no estaba en aquella maldita lista de supervivientes. Introduje su nombre en el
ordenador y sólo apareció un guardia de
seguridad de cincuenta y dos años que no se parecía en nada a él.
Luego
vino la universidad: las clases magistrales, las fiestas, los amigos, novios y ligues, los
viajes psicotrópicos, las noches en vela estudiando, los insomnios alegres
riéndome, de una broma, del mundo, de la vida; segura de mi misma y de lo que
me deparaba el futuro.
Recuerdo
el ataque a nuestra colonia minera, aquella gran explosión, el ruido atronador, el eco estridente, el siseo de las armas, el impacto
de la onda expansiva. Retengo en mi
memoria el terror inscrito con sangre en miles de rostros, el llanto desesperado frente a la
muerte, el monocorde andar de aquellas
máquinas de muerte, los empujones para meterse en un refugio, el hambre y la
oscuridad. En mi mente se desatan una y otra vez los gritos y las lágrimas, los
envites para alcanzar subir en una nave de transporte. A fuego quedaron
grabados en mis retinas el perfil de los edificios de mi ciudad calcinados, el
humo exhalado desde cualquier rincón… Recuerdos…
Las lágrimas volvieron
a deslizarse por las mejillas de Marcia mientras su voz trémula empezaba
nuevamente a resonar.
—La vida se hace sueño
Recuerda este momento
Mi canto es real
Lejos quedará el mal
—Otra vez esta
mierda de canción —se quejaba Tarquinio —¿Te puedes creer que a este puñetero cacharro— dijo refiriéndose a Marcia— le da por cantar nanas griegas?
El otro
legionario miraba incrédulo hacia la mujer que veía tras el espeso vidrio.
—¡Soy humana! –
empezó a chillar repentinamente una desesperada Marcia
—Marco, anda
adentro a ver si la haces callar de una puta vez. Estoy hasta las pelotas de
ella y sus cantos y sus gritos y sus putos lloros de cachivache asesino. – Le ordenó
Tarquinio al otro soldado.
—La vida se hace sueño
Recuerda este momento
Mi canto es real
Lejos quedará el mal
Marcia repetía aquella parte de la
canción letánicamente.
Recordaba, otra vez recordaba, esas
malditas remembranzas que la hacían tan humana. Aquel canto era real, ella
tenía que ser humana ¿Y si era una máquina? ¿Y si era un maldito androide? ¿Qué
perversa diferencia existía entre los hombres y aquellos complejos robots?
Marco estaba paralizado escuchando
el canto de Marcia, aquella máquina con apariencia de humana, de mujer, una de
esos carniceros que habían acabado con la vida en Colonia aurea.
—¡Joder mueve el puto culo Marco y
hazla callar de una puta vez!
—No….— susurróMarco– ¡No! Ve tú, ve tú
adentro, yo no voy a ir.
—Eres gilipollas. Un cobarde. Mira…
Mira lo que hay que hacer.
Tarquinio se levantó furibundo y entró en la
sala armado, apuntando a la mujer, hacia aquella máquina con apariencia humana
desprovista de sentimientos que había aniquilado a su familia y a sus seres más
queridos. El olor al entrar fue nauseabundo y el legionario Tarquinio tuvo que reprimir una arcada.
Marcia seguía llorando en aquella
esquina de la que no se había movido mientras volvía a cantar:
—La vida se hace sueño
Recuerda este momento
Mi canto es real
Lejos quedará el mal
¿Y
mi familia aniquilada?
No podía dejar de
recordar: la sangre derramada por las paredes de su madre, los sesos de su
padre desperdigados por la habitación, las tripas de su hermano desparramándose
sobre las baldosas de la cocina, los latidos de su corazón al huir de los
cyborgs asesinos, el discurrir de las lágrimas sobre sus mejillas, el caos, la muerte.
¿Todo
eso es mentira? ¿Todo eso soy yo? Mis
recuerdos, mis putos sueños frustrados, fragmentados destrozados, aniquilados por
el fuego de la guerra.
Todavía resonaba en su
mente el momento en el que el delator de traje oscuro que fumaba de forma
compulsiva, le había confirmado la noticia tras hablarle de su vida, tras explicarle
quién era, cómo era.
—Malditos
cyborgs– había dicho – Cada vez os hacen más perfectos. Joder, hasta os creéis
humanos.
Marcia
lo había mirado incrédula y el hombre simplemente le había plantado un folio
delante con los resultados de su análisis médico.
¿Y si era real? ¿Y si
su vida era una mentira? ¿Y si aquello era una pesadilla de la que despertarse?
—La vida se hace sueño
Recuerda este momento
Mi canto es real
Lejos quedará el mal
—¡Calla zorra! –empezó a gritar Tarquinio tomándola del pelo para
abofetearla. La sangre había aflorado de la comisura de los labios de Marcia.
Tengo que despertar. Soy humana, ellos no lo son, no pueden serlo. Recuerdo
una canción, un canto que mecía mis sueños todas las noches mientras mi madre
acariciaba mi frente para dormirme.
—La vida se hace sueño
Recuerda este momento
Mi canto es real
Lejos quedará el mal.
Otro golpe se había abatido sobre el
rostro de Marcia. El soldado había concentrado toda su fuerza en la
bofetada que había descargado con furia sobre
la mujer golpeándola entonces repetidas veces. La sangre manaba
profusamente ahora, mientras la visión de la joven se veía opacada por un encarnado
frenesí de violencia.
Ellos son los monstruos que me estudian como una
rata de laboratorio, que exploran mi cuerpo, que me maltratan.
La vida se hace sueño
Recuerda este
momento
Mi canto es
real
Lejos quedará
el mal
El gesto de Marcia fue
rápido, tomando la pistola del legionario Tarquinio. Marco reaccionó
rápidamente entrando a su vez en la habitación, sin poder reprimir una arcada
tras percibir el olor viciado.
—Deja el arma. Déjala
delante de ti, despacio…— decía apuntándola tenso
Pero la mujer fue más rápida.
Introdujo el arma en su boca. El disparo fue rápido y certero.
****
Roma, Centro de investigación pretoriano.Un año
atrás.
Los dedos de Publio
Vibio Celso golpeaban velozmente las teclas de su ordenador mientras silbaba
una canción.
—¿Qué cantas, Publio?—
preguntó, Cayo, su compañero de proyecto. Las revueltas en las colonias mineras estaban saliéndose de control.
—¿No conoces esta
canción? —planteó extrañado— Es una vieja nana helena. Mi hija no es capaz de
dormirse si mi mujer no se la canta— comentó el hombre sonriendo embobado por
su reciente paternidad y continuó canturreando
—La vida se hace sueño
Recuerda este momento
Mi canto es real
Lejos quedará el mal.
Cayo se rió al escucharlo.
—Parece demasiado perfecto para ser
cierto. Es una maraña de recuerdos lo que hay que meterle a este trasto y se me agota la
imaginación. Si no te molesta, te lo robo y así ya tengo mi recuerdo a
implantar para programar la autodestrucción de los modelos K29 en caso de ser
descubiertos.
—Tranquilo, no hay problemas tío.
Hoy por ti, mañana por mí.
****
Al final de nuestras historias, de nuestras vidas,
más cortas o más largas, somos lo que recordamos…
Ha sido un placer encontrarte y leerte
ResponderEliminarMuchas gracias, Recomenzar. Espero seguir leyéndote.
Eliminar