Translate the rain

lunes, 28 de abril de 2014

Sola

En Madrid amaneció un día primaveral, soleado mientras, para aterrizar en Vigo, el avión atravesó una espesa capa nubosa. Ha terminado el viaje. El fin de semana fue toda una experiencia, primero porque supuso la rotura del cordón umbilical ya que me separé por primera vez de mi hijo y segundo porque fue mi primera "desvirtualización". Lo primero fue una sensación extraña, un hueco muy difícil de rellenar a pesar de la repentina y extraña facilidad para ir al teatro, restaurante, de cañas, o llegar a los sitios puntual, sin un pañal que cambiar en el momento de salir de casa.  Lo segundo, las jornadas de Hislibris, fueron una verdadera gozada que espero poder repetir. En la estela de las interesantes charlas y  la presentación de un excelente libro de relatos históricos: La voluntad de poder y otros relatos , quedaron buenos momentos y las ganas de repetir.

Desde luego, muy lejos están esos momentos con la idea del relato que presento a continuación.
El primer párrafo pertenece a un texto que había presentado  en el multiverso. Era lo único que me gustaba, así que decidí volver a emplearlo tratando de crear otra historia a su alrededor, y este es el resultado:

Sola

Dolores García tenía una vida anodina. Pasaba sus horas viendo lo que hacían  los demás a través de la ventana del televisor. Los días transcurrían sin que nada rompiera su rutina monótona. Se levantaba, duchaba, iba al mercado, no se perdía nunca el programa de Mariló, cocinaba, comía, veía la telenovela y luego la tertulia del corazón de la tarde seguida de la de la noche, se hacía unos bigudíes para marcar unos rizos en los que sólo ella se fijaba y finalmente, se acostaba en su solitaria cama. 
Dolores, como cada mañana, se despertó, enfundó su bata, fue al baño,  retiró metódicamente sus bigudíes y fue a tirar la basura que había dejado olvidada la noche anterior, con la sensación mareante de que aquel descuido señalaba alguna anomalía.
Encendió su televisor y no se encontró ni cotilleos, ni telenovela, ni siquiera con charlas de médicos que dieran rienda suelta a su hipocondría. No había señal. Espantada, le dio unos golpecitos pero nada ocurrió. Sus delgadas piernas corrieron hacia el teléfono para llamar al servicio técnico: no había línea.
Salió hacia fuera. Sin nubes, el cielo lucía de un azul intenso. El panadero con el que hablaba cada día no había abierto aquella mañana, tampoco la peluquería o la frutería. Dio media vuelta. A mala gana fue junto a aquellos inmigrantes que vivían cerca de su casa: nada. Tomó aire sintiendo un extraño calor, aquel día no había viento.  
Con mayor desgana se plantó ante la puerta de sus vecinos, a pesar de que le gustaba evitarlos. Para ella, su presentador de tertulias favorito, al que quería como su sobrino que no venía nunca a visitarla, era "gay", ellos, que no pertenecían al universo catódico, simplemente eran "maricones". Llamó con fuerza y sólo escuchó en respuesta el silencio.
Y en aquel instante sintió como su corazón se embarcaba en una frenética carrera contra sus sentidos, batiendo contra su pecho. El silencio resultaba atronador: ni coches, ni peatones, ni ciclistas. No se escuchaba ni el cantar de un pájaro, ni el maullar de un gato o el ladrido de un perro: nada. Estaba sola en medio de una ciudad sin ruidos, olores; sin sentido. Estaba vacía, todos se habían esfumado. Sólo quedaba el estentóreo silencio roto por el latido de su corazón que se había acelerado como si hubiera coronado el Angliru y el sol resplandeciendo solitario en aquel inmenso cielo azul inmaculado que quemaba sus retinas.
Trepaban los aromas a lejía y medicamentos, junto a un rítmico pitido cuando parpadeó. Entonces cientos de ruidos renacieron y acompañaron aquel discontinuo silbido: voces en el pasillo y, tras la ventana, el desfile de los coches, el canto del martillo neumático, y el aullido de las sirenas de las ambulancias que iban y venían entregando su auxilio.
Dolores observó en silencio su aséptica habitación de hospital. No había flores, ni siquiera una nota y el televisor lucía hueco, apagado, sin nadie que hubiera echado una moneda para encenderlo. Dolores estaba sola.

lunes, 21 de abril de 2014

Caos vs Esperanza

Esta semana recuperamos la sección: "Bajo el paraguas" con un relato de Ramón Escolano llamado "Caos vs. Esperanza" autor de un blog llamado Jukeblog que os animo a visitar. Además, esta semana, podréis leer ahí mi entrada, un relato llamado "Carmela la Roja". 

Caos vs Esperanza




Por un momento permanecieron agazapados en el agujero, refugiados como si contemplaran un ataque de una magnitud demoledora.

―Lo peor ha pasado. —Sentenció Paco. Los demás lo miraban como el que mira un cuadro abstracto, tratando de reconocer rasgos que identifiquen al sujeto, pero sin conseguirlo.

Sin embargo no era así. Hubo un nuevo temblor. No fue una réplica, como solían denominarlos. Este era un temblor en toda regla. Sin duda era cabecera de cartel en el teatro de las catástrofes.

Todos se giraron hacia Paco. Éste ni se inmutó, con un gesto les invitó a salir del escondrijo para seguir avanzando. El mundo se estaba acabando, o esa era la sensación generalizada, y sin embargo Paco permanecía impasible. Se giró hacia el grupo y señaló su reloj. Sus seis amigos lo seguían observado con desconcierto.

―No van a estar esperando todo el día.
―¿Quién, Paco, quién no va a estar esperando? —Fue Enriqueta la que se atrevió por fin a preguntar.
―Ellos me dijeron que vendrían hoy. A mediodía.
―¿Quién son ellos?
―Ya sabes, ellos. —Contestó Paco, señalando hacia el cielo.

Volvieron las miradas de desconcierto, junto con otras de desaprobación. Incluso hubo alguna compasiva.

―Paco, por Dios. Déjate de tonterías. Lo mejor es encontrar un refugio, bien para estar a salvo si esta debacle es pasajera, bien para morir con dignidad. —Esta vez era Ricardo el que se dirigió a su amigo.
―Nadie va a morir hoy. Al menos, de nuestro grupo. —Sus palabras no podían sonar más convencidas del mensaje.

Se giró, y sin mirar atrás prosiguió su camino. El grupo se miró entre sí, intercambiaron gestos de incredulidad y por fin decidieron seguir a su compañero. El cual, con paso firme y decidido, había avanzado ya unos cuantos metros.

El cielo se estaba tornando oscuro, por momentos. No llovía, pero si había una sinfonía estremecedora de truenos y relámpagos. El sol,como temiéndose lo peor, parecía palidecer y tratar de huir, de esconderse tras esas nubes negras que traía el horizonte.

Paco, ajeno a todas aquellas señales premonitorias de un desastre inminente, continuaba su camino en dirección a un claro en lo alto de una ladera. Ni siquiera el ajetreo de animales huyendo, despavoridos, como almas que lleva el diablo, le perturbaban lo más mínimo. Era como si él fuera impermeable a todos aquellos acontecimientos.

De repente se paró, miró a sus amigos y con voz sincera sentenció:

―Es aquí.

El grupo paró en seco. La idea general de la locura de Paco seguía rondando por las mentes de sus amigos. Pero había algo. Un cierto aire en él… ¿Y si decía la verdad? Quizá era mejor agarrarse al clavo ardiendo de la locura, del sinsentido, de la fe, que morir en la agonía y el miedo más ancestral. A fin de cuentas, el final parecía ese. En su ciudad no quedaba mucha gente para contarlo. En realidad, ellos pensaban que eran los únicos supervivientes en varios kilómetros a la redonda. Y ellos habían visto morir a muchos, y de las maneras más variopintas. Suicidios, gente ardiendo de manera espontánea, otros aplastados… El caos llevaba reinando cuatro días, los mismos cuatro días que Paco se erigió en líder del grupo. Los mismos que, según él, ellos le habían hablado de un lugar y una hora donde le recogerían a él y a sus amigos.

Ese lugar. Esa hora. Mediodía del que podría denominarse, sin mucho miedo a equivocarse, el día del fin de los tiempos. Paco volvió a mirar su reloj.

―Es la hora, chicos, ¿preparados?

Nadie contestó. Permanecieron en silencio, esperando lo que quiera que llegase a continuación. Y eso fue el silencio. El estruendo dejó paso a la calma. Una calma que ya no recordaban. Paz, sosiego. Y de repente el cielo se abrió, las nubes formaron una especie de espiral y por entre ellas se comenzó a vislumbrar una gran luz cegadora. Paco sin dudarlo un instante fue hacia la misma.

―Os lo dije. —Fueron las últimas palabras antes de desaparecer ante los ojos de sus amigos.

El grupo se adentró en el haz de luz, como una sola persona. Desaparecieron con la misma premura. El cielo se tornó negro de nuevo. Volvieron los estruendosos truenos y sus compañeros los rayos. El caos continuó reinando unas horas más. Hasta que todo se volvió oscuridad. Un macabro fundido a negro despidió toda vida conocida en el planeta. Pero eso ya no lo vieron Paco y sus amigos. Ellos ya estaban rumbo a un nuevo mundo.

Autor del texto Ramón Escolano. Si queréis leer más historias de Ramón, os animos a visitar Jukeblog

lunes, 14 de abril de 2014

Un ídolo en la niebla

La semana  pasada publicamos la primera parte del relato "Un ídolo en la niebla". Hoy, descubriremos, junto al agente Cooper, la verdad sobre su amigo William y el misterioso ídolo que encontraron en la niebla. 



Me casé con Helen e invertí mi entonces pequeña fortuna en bolsa. Mis acciones subían como la espuma hasta que un día, empecé a tener malos resultados. Fue entonces cuando recibí mi primera visión.

Fue un fenómeno insólito, una ensoñación que no se asemejaba a nada conocido. Me vi frente a un gran templo bañado en una espesa niebla, similar al gran Marae de Raiatea, pero las piedras hincadas que conformaban su cierre tenían proporciones descomunales. El templo poseía una extraña textura y color, y sobre éste nacía un enorme sol rojizo cuya luz ígnea cortaba la densa bruma. Me aproximé al gran Marae y advertí cómo, ante mis ojos, se definía su monolítico y ciclópeo altar. Ahí reconocí al Dios Tiki, cuyos ojos llameantes se habían posado sobre mí. Me vi preso de un profundo terror. El pavor a lo ignoto inundaba cada rincón de mi alma. El Tiki no podía hacerme daño. Yo era y seguiría siendo su protegido. Yo lo cuidaría hasta mi último aliento. Sin embargo, su actitud no por ello dejó de intimidarme. Sus labios se despegaron y formularon un pedido. Mi preciado Tiki volvía a necesitar sangre.

Me desperté con el cuerpo bañado en sudor, dirigiéndome hacia mi biblioteca. Estudié cada pormenor de los sacrificios rituales que realizaban los indígenas de las islas bajo el Viento. No me fue muy difícil, a la noche siguiente, contratar los servicios de una prostituta, y borrar todo rastro de mi oblación.».

Cooper se sirvió incrédulo otra copa de whisky, embuchándola de un trago. No conocía a William, sólo un espejismo suyo. Siguió escuchando aquellas confesiones tan negras como un blues.

Su querido amigo no era otro que el asesino de Concord. Toda la policía de Nueva Inglaterra había sido alertada de sus aseados métodos. Nunca habían encontrado ni la más mínima pista sobre su autoría. Los crímenes se sucedían sin que los investigadores hubieran establecido un patrón, aunque el asesino actuara siempre siguiendo el mismo modus operandi. Los cadáveres aparecían rodeados de piedras, con una puñalada en el corazón y dos cortes en las muñecas, sin que hubiera ningún tipo de abuso. El famoso “asesino de Concord” no era otro que William Wilshire quien, a costa de la vida de esas mujeres, había querido mantener su buena fortuna.

Y era verdad que William poseía una asombrosa suerte, pues se había disfrazado de alquimista de la bolsa, transfigurando cualquiera de sus movimientos en oro. La vida le había dado, además, dos preciados hijos. Nadie hubiera apostado por un tan terrible desenlace, pero el crack apagó su estrella. El llamado "jueves negro" devastó buena parte de las acciones de Wilshire & Co. Un atormentado William hablaba a través de su diario.

«No puede creerlo, lo he hecho todo por él, pero cada vez me pide más y se me aparece más a menudo. Alza su lanza contra mí, reclamándome la sangre de los míos. Me castigó. No podía hacer lo que me pedía, no podía siquiera creerlo. Pero ahora, no me queda más que cumplir con sus designios. Amo a Helen, amo a mis hijos, pero él lo quiere así, y me ha demostrado cuán grande es su poder. Esta noche lo haré».

―Todavía escucho en mi cabeza los gritos de Helen cuando me llamó por teléfono. Fui lo más rápido que pude, pero lo más rápido no fue lo suficiente. Sólo pude salvarla a ella ―Cooper miraba sin mirar, como si el comisario, a pesar de su gordura, fuera transparente―. Joder, William… Estaba a punto de matarla cuando llegué, pero el hijo de perra ya se había cargado a los dos niños.

 Una serie de insultos poseyeron los labios del inspector mientras la mano del comisario se posaba paternal sobre su hombro. Cooper no conseguía atajar los remordimientos por no haber sido capaz de salvar aquellas dos vidas inocentes, segadas por un William poseído, con el que él mismo había tenido que acabar.

―En sus manos estaba esa jodida estatuilla. Aún muerto seguía agarrándose a ella como una lapa. Ahora me doy cuenta… ―Cooper se tomó la cabeza entre las manos antes de volver a alzar la mirada . Yo pensaba que era un simple coleccionista y en realidad estaba obsesionado por todos esos cultos raros. Tenía la casa llena de cachivaches y libros sobre el tema. Todos estos años y resulta que no conocía a mi mejor amigo.

El inspector buscaba aire en medio de las hebras de humo que se habían compactado en una espesa bruma de la que necesitaba huir para poder respirar. Sintió como sus tripas volvían a arracimarse contra su estómago revuelto que regurgitó todo lo que contenía, doblando por la mitad al espigado policía.

En su espalda sintió de nuevo la mano del comisario que, aquel día, había mostrado con él más humanidad que nunca.

Cooper es usted un buen inspector pero no me gusta que ensucien mi despacho.

―Lo siento, señor. No volverá a suceder.

 El viejo le invitó a andar hacia la calle, caminando a la vera de Cooper que tragó su lamento a pesar de haberlo regurgitado Unas aureolas, visibles a la luz del sol, ornamentaban los sobacos de la demasiado ajustada camisa del comisario, cuyos botones amenazaban con saltar huyendo.

―Hay algo que todavía no le he contado y creo que puede interesarle.

Cooper observó al comisario con curiosidad.

―Hoy llegó el resultado del peritaje del famoso Tiki ―miró al inspector a los ojos―. Es falso, Cooper, el tiki es falso.


lunes, 7 de abril de 2014

Un ídolo en la niebla (parte I)

Nuestra forma de escribir no es inamovible, como tampoco nuestros gustos. Supongo que a todos nos pasa volver a leer nuestros propios textos y no estar tan convencidos con éstos como en el momento de su creación. A mi me ha pasado con textos académicos y también con otros de índole mas literaria, por lo que presupongo que es algo tan común como la evolución de las personas con los años.
 En el fondo, esto es algo similar a la evolución de un buen vino al que el paso del tiempo lima las asperezas. El problema es que, en algunas ocasiones, el tiempo no siempre actúa en favor del brebaje que puede llegar a echarse a perder, por lo que volver sobre los propios escritos, no siempre ha de ser algo positivo.
Hace relativamente poco, me embarqué en esa aventura, reescribiendo en gran medida, un texto al que tengo especial cariño llamado, por entonces, "el tiki" que pudisteis leer en el  blog de LG Morgan. Tenía ganas de "meterle mano" en profundidad. He cambiado el título, pues quería marcar una diferencia entre ambos textos. Este ha sido el resultado que publicaré a lo largo de dos entradas.



Un ídolo en la niebla (parte I)



―Siéntese Cooper, y tome un buen trago, lo necesitará. ―invitó el comisario mientras el hielo crujía al contactar con el whisky en la copa del inspector.
― Muchas gracias señor, es usted muy amable y…
―Ahórrese las lisonjas ―interrumpió el comisario―. No tengo ese trato con cualquiera. Me gusta mi whisky y prefiero disfrutarlo sólo, pero sé que Wilshire y usted siempre fueron amigos.
El rostro del inspector, ya blanco de por sí, se tornó desvaído al escuchar el nombre del que había sido su mejor amigo, William Wilshire.
―Nunca entendí el interés de la gente por tener un diario ―El comisario rasgó un fósforo y, tras el chispazo, el tabaco crepitó―. Una vanidad absurda que, en todo caso, le viene de perlas a nuestro gremio ―expulsó humo colaborando en volver más irrespirable, si cabía, el aire cargado de la comisaría que se asemejaba a una densa y pestífera niebla.― Pues bien, resulta que su amigo Wilshire tenía uno.
Cooper observaba paralizado por la impresión al comisario. Lo ocurrido había minado su confianza. Revivía en su imaginación los acontecimientos como si su mente fuera un proyector gastado de una película de Friz Lang. El comisario añadió al ambiente unas cuantas ondas serpenteantes y unos circulitos, antes de empezar a leer el diario.

«Me llamo William Wilshire, nací en Nueva Inglaterra, en 1896. Desde mi más tierna infancia he sido un idealista, dueño de una fortuna desigual, vehemente, incapaz de seguir unos estudios tradicionales. Durante veintiún años viví a la sombra de mi hermano Christopher, e incluso, de la de mi amigo Cooper. Christopher siempre era el mejor de los tres, víctima de una adulación social sin igual. Él era superior en los deportes, en los estudios e incluso en el amor, pues hasta me había arrebatado a Helen. Veintiún largos años… Ese fue el tiempo en el que la fortuna ambicionó serme esquiva. Sin embargo, todo cambió una tarde de junio de 1917. Ese fue mi mayor logro, el don que quiso proporcionarme la vida, pues esa noche conseguí el Tiki..

Estábamos los tres enrolados en la marina, en plena Gran guerra. Nos encontrábamos a bordo de una barca, realizando una maniobra militar, cerca de Raitea. Es un sitio singular que rompe muchas veces con lo paradisiaco del lugar. He visto esa isla casi siempre rodeada de una espesa niebla, como si quisiera esconder su secreto. Hoy es el día en el que sé que su centro alberga el gran Marae, el templo más importantes para los indígenas de las islas bajo el viento, pero por entonces, desconocía todo acerca de aquel lugar y sus costumbres.

El mar estaba cubierto por un espeso manto de algodón sucio que me impedía ver mis propios pies. Parecía estar sumergido en esa bruma hasta la cintura, con la sensación de que, pronto, me cubriría hasta ahogarme. No conseguía siquiera distinguir a Cooper o a mi hermano que había aprovechado el momento para bromear y asustarnos, valiéndose de los meandros en los que suele perderse la mente cuando se adentra en lo ignoto. Sentía mi corazón latir en la sien, el pecho me dolía por la falta de aire, como si estuviera hundiéndome en un mar de niebla turbia hasta que de repente, sentí un golpe sordo. Algo acababa de chocar contra el casco de nuestra embarcación. Me acerqué hasta el borde, asustado, entrecerrando los ojos para tratar de percibir algo en medio de la tupida blancura sucia. Creo que sin su ayuda no lo habría encontrado, pero mis ojos se vieron guiados por una fuerza invisible hasta vislumbrar su perfil que flotaba sobre las oscuras ondas de aquel océano. Lancé un cubo al agua, entre los sardónicos comentarios de Cooper y mi hermano que se rieron de la estrechez de mi tesoro al reparar en la  pequeña estatuilla de madera tallada con rasgos tribales incisos. Era un Tiki por lo que me dijeron luego los indígenas. Me contaron, aunque lo quisiera obviar, que si le entregaba un sacrificio, me proporcionaría suerte.» 

―¿La encontró tal como relata?― preguntó el comisario dando un trago a su whisky.

―Sí, aunque yo lo hubiera dicho de forma menos engolada.

El comisario asintió y siguió entonces con la lectura

«No le di mayor importancia a aquel objeto, hasta la noche anterior a nuestra llegada al puerto de Nueva York. Estábamos en los camarotes, limpiando nuestras armas tras un ejercicio. Comentábamos algunos sucesos del día, y nos acordamos de aquella noche y de las bromas acerca de la estatuilla. Saqué el objeto del fondo de mi mochila para que todos lo observáramos y tras reírnos por las ocurrencias de mi hermano sobre su grotesco aspecto, seguimos limpiando nuestras armas. Todavía recuerdo nítidamente aquel instante. Christopher estaba frente a mí, sonriendo y hablando mientras pasaba un paño por su revólver. Una idea cruzó  mi mente sin saber por qué. ¿Y si el arma de Christopher se disparaba, cambiaría mi suerte? ¿El tiki lo consideraría un sacrificio?”.
Se escuchó un estruendo. La sangre y la carne salpicaban cada rincón de aquel camarote. No había sido el arma de Christopher, sino la de Cooper la que se había disparado. Mi amigo lloraba desconsolado, tirándose sobre el cuerpo inanimado de Christopher, mientras mi vista, como llevada por una fuerza superior, se clavaba sobre el Tiki teñido por la sangre de mi hermano. Aquello fue un regalo del destino, y de facto, mi vida cambió gracias a aquel hecho fortuito».

El comisario sirvió otra copa de whisky a Cooper que sentía cómo sus tripas estaban comprimiéndose al escuchar las inclementes palabras pronunciadas por la ronca voz de su superior

«En realidad, no estoy tan seguro de que lo sucedido fuera casual. En mis investigaciones, he descubierto que el espíritu de un Tiki, sintiéndose en manos seguras, puede revelarse ante su dueño. El Dios liberó a mi mente de sus ataduras para darle su sacrificio, castigando a Chris por sus palabras blasfemas.
Mi vida dio entonces un giro drástico. Todavía no era consciente de mi suerte, y me sentía atormentado por la muerte de mi hermano. Me di a la bebida y al juego. Aquello hubiera tenido que llevarme a la ruina, pero provocó mi fortuna. Tenía una suerte inaudita en el azar, y pronto prosperé. Eso me ayudó a volver a asentar la cabeza, convirtiéndome también en el pilar sobre el que se apoyaba Helen que, finalmente, acabó saliendo conmigo. Todos aquellos hechos no podían ser meras coincidencias. Todo era obra y gracia de mi preciado Tiki...

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Imagen de Dolores Guerrero