Translate the rain

lunes, 30 de septiembre de 2013

Mensaje en una botella



“Amigos del espacio, ¿cómo están ustedes? ¿Han comido ya? Vengan a visitarnos, si tienen tiempo”. Este es el tercer saludo que podrían llegar a escuchar unos extraterrestres que se toparan casualmente con la Voyager. ¿Soy la única a la que le choca ese mensaje, digno de los payasos de la téle, y se plantea la duda acerca del verdadero sentido de ese “¿Han comido ya?” ¿A qué viene exactamente? Ni siquiera sabemos si esos seres, de existir, están dotados de aparato digestivo como para hablar de un concepto de comida o si pueden llegar a malinterpretar esa invitación y confundirnos con el menú.

Lo cierto es que me estoy desviando, pero este fin de semana, mientras iba en coche, escuchaba un programa de radio que recordaba el logro que, sabemos desde hace unas semanas, ha alcanzado la Voyager 1. Me fascina pensar que esa sonda espacial ha traspasado la última frontera y se halla en el frío espacio interestalar, a unos 19.000 millones de kilómetros de casa.
Se escribe pronto 19 000 millones de kilómetros pero, parafraseando a George Lucas, está en un lugar muy lejano, aunque en el presente, más solitaria que nunca, en medio de la oscuridad y de lo ignoto. Transporta mapas del sistema solar, música, imágenes de una tierra atrapada en fotografía a mediados de la década de los setenta (es curioso, pero si un día llegan los alienígenas a contactar con la Voyager, pensarán que en la Tierra vestimos con pantalones de campana y nos peinamos a la taza).
Esa pequeña sonda, esa botella con un mensaje a la deriva por el universo, es como una moneda lanzada al aire, capaz de mostrarnos lo pequeño y grandes que somos a la vez. En 1990, de alguna forma, cayó sobre la cruz, recordándonos lo insignificantes que somos en el universo.

Ahí está la Tierra, minúscula e intrascendente mota de polvo estelar, una espinilla en el rostro de un gigante. En ese puntito trivial se concentra toda nuestra Historia, la humanidad desangrándose por una porción de un grano de arena.Es casi deprimente caer en la cuenta de nuestra aterradora situación;aislados, perdidos y tan solitarios como la propia Voyager en su viaje a ninguna parte. Y sin embargo…

 Y sin embargo está la otra cara de la moneda. La que ha llevado a la Voyager a traspasar una nueva frontera. Primero hubo un hombre, luchando por su subsistencia ante las aguas embravecidas que trataban de arrebatarle la vida, agarrándose a algún objeto flotante para luego, en algún momento del Mesolítico, aprender de ello, y lanzarse al agua, sin que su supervivencia fuera en ello, sobre una chalupa de poca monta. Entre ese momento y el de la Voyager traspasando la última frontera de nuestro sistema solar, hay miles de años de diferencia pero un mismo espíritu: descubrir nuevas metas, con el deseo intrínseco de conocer nuevas tierras, riquezas e incluso sociedades y culturas, de dejar de ser ese puntito aislado en mitad de la nada.

Ese mismo espíritu, el que nos llevaba de niños a lanzar una botella al agua con un mensaje y  la alocada esperanza de que alguien la recogiera allende los mares, es el que provocó que los científicos de la Voyager crearan un disco áureo que contiene desde el código de nuestro ADN, el cómo encontrarnos en medio de esta maraña de planetas o, simplemente, “ruidos” de la tierra…
No entraré a valorar los riesgos de develar tantos secretos a los potenciales extraterrestres (el doctor Who, en algunos de sus viajes a bordo de su nave espacial camuflada de cabina de policía azul, se encarga de hacerlo en mi lugar) pero si comentaré una última cuestión. Entre todos esos ruidos contenidos por el disco que crearon los científicos para los alienígenas, es curioso pensar que Chuck Berry fuera el elegido para ser el único compositor moderno con un disco de oro que viaja más allá del sistema solar (y también, curiosamente,en el tiempo, a bordo de un Delorean ochentero). Habrá que concederles a esos científicos que, dentro de lo corta que se quedó la selección musical “vigesimonónica”, no tuvieron mal gusto:

lunes, 23 de septiembre de 2013

Prohibido prohibir



“Hoy hace cien años que nació el nuevo orden. Permitámonos sólo por un día, echar la vista atrás. Hace cien años había guerras, revoluciones, terrorismo, descontento social, paro, acoso sexual, violencia de género, enfermedades venéreas, muchos más accidentados en nuestras carreteras, drogadictos, muerte por tabaquismo, por cirrosis,  desorden en la calle por manifestaciones políticas o incluso deportivas. Hace cien años, la clonación humana  y la manipulación genética eran vistas como una degeneración. Internet, un descontrol donde cabía desde pornografía,  incluso infantil,  a contenidos que alentaban la violencia física y psicológica. Hace cien años se llegaba a enseñar  en los colegios la historia de guerras y enfrentamientos milenarios , considerándolo como un valor positivo, repitiendo así el mismo error sempiterno niño tras niño, generación tras generación, alentando el odio entre los hombres.

Hoy en día somos un único pueblo, libre de esas taras, libre de guerras sangrientas, de muertes por vicios absurdos, de desigualdad de género. ¡Celebremos la revolución!”

Henry Vázquez pasó la página de su pantalla táctil, mientras seguía corriendo sobre aquella cinta mecánica, acompasando el discurrir de sus pasos con el deslizar monocorde de la cinta. A su lado, treinta personas más realizaban el mismo ejercicio, otras tantas estaban en bicicletas estáticas y algunos más en la sala de musculación. El joven de cuerpo proporcionado y esbelto, posó nuevamente su dedo índice sobre la pantalla, ajustándose los cascos para seguir escuchando las videonoticias. 

Aquel día sería una gran fiesta en Tierra y todos las webs recordaban los excelsos logros de las últimas décadas contraponiéndolo con aquel mundo decadente de principios del siglo XXI. Un mundo reformado de a poco, con pequeñas y grandes batallas  ganadas a  la barbarie. Las noticias recorrían aquellos años recordando el famoso decreto  1 que establecía que Europa Occidental, los estados de la OPEP, los países de la Nafta, los 4 dragones, China y Japón pasarían a formar una nueva nación para superar la crisis económica de forma conjunta, el decreto 5303 que establecía el inglés como lengua universal, para traspasar y eludir barreras,  entendiéndose por universal al estado formado en el decreto 1 llamado Tierra; el 12.477 que había prohibido el tabaco, el 18.455 el alcohol, el 23.455 la pornografía,  el 33.670 la asistencia de público a los acontecimientos deportivos para evitar generar violencia, el 65.476 que vedaba el uso de cualquier tecnología de más de 5 años para fomentar el ahorro energético, el 85.414 que impedía ir a más de noventa por hora, por el mismo motivo y también, obviamente, para salvaguardar vidas. El 101.423 prohibía el sexo sin preservativo por ser un acto insolidario y peligroso para la salud público, el 101.424 autorizaba a las parejas oficiales para retirar el preservativo en caso de fecundación obligando, a la par, a que toda mujer tuviera al menos un hijo para poder garantizar la renovación generacional y los fondos de pensiones, el 120.627 establecía que los fondos de jubilación pasaban a ser dominio de la empresa privada,  al igual que las infraestructuras, el 146.001 instauraba a los sindicatos de PROFU (Partido Prosperidad y futuro), PROFA (Partido Progreso y Familia) y sindicato de cada empresa como únicos sindicatos legales… Y así hasta llegar al decreto 200.000 que había sido adoptado hacía apenas unos meses. El decreto 200.000 había sido aprobado con la unanimidad de PROFU y PROFA  y marcaba la entrada de los países del Cono Sur de América en Tierra. Todos sabían que a pesar de las reticencias iniciales del PROFA a dicha incorporación, pero la pujanza de los equipos de fútbol “Nike azul y  rojo” y “Adidas blanco” había acabado de dar el último empujón a la propuesta, pues permitía la nacionalización de sus jugadores. 

Los tenis del joven rebotaron unas últimas veces sobre la cinta, sintiendo como su corazón bombeaba sangre, acompasando el latir de su corazón. Henry de veinte años tenía un aspecto saludable. Sus cabellos, cortos y castaños, enmarcaban un rostro anguloso del que destacaban sus grandes ojos oscuros y  largas pestañas. Se descolgó los auriculares, bebió mecánicamente un trago de una bebida isotónica y tomó su toalla para dirigirse hasta el vestuario. Tras una ducha regeneradora, Henry se vistió. Su ropa tenía claras reminiscencias a la que vestían sus padres veinte años atrás, sus abuelos hacía cuarenta, sus bisabuelos hacía sesenta. Cíclicamente los estilos se intercambiaban pero se mantenían inamovibles. El joven se enfundó unos pantalones cuyos bajos se ensanchaban, abrochándose a continuación una camisa de amplio cuello.

Salió del vestuario, clavando su mirada al frente. Desde la aprobación del decreto  136.404 las relaciones sociales habían mudado. El preocupante mantenimiento del número de  casos de acoso o de la violencia de género había llevado a las facciones feministas de PROFU y PROFA a poner de acuerdo a ambos partidos para atajar ese problema. Los ciudadanos de Tierra no podían mirar, ni hablar a desconocidos, salvando el uso de  medios telemáticos laborales. Sólo podían entablar relaciones en las zonas habilitadas a dicho efecto y a través de los espacios virtuales autorizados y moderados por el estado. Una vez establecida una relación, debían inscribirse mediante un sencillo formulario vía internet en el listado oficial de amistades  o de parejas  para también poder mantener relaciones sexuales, evidentemente seguras, siendo dichas inscripciones reversibles. 

Henry tomó su mochila y, como todos los días, dirigió sus pasos con seguridad hacia la facultad. Las horas se sucedían entre las cuatros paredes de su clase de la que sólo se escapaba la voz de los profesores (entre los cuales existía una estricta paridad sexual) y el  golpeteo cuasi musical en su ritmo e uniformidad de los alumnos en sus teclados informáticos. Henry, afanosamente, anotaba las sabias palabras en su ordenador mientras su vista, indefectiblemente y a pesar de las prohibiciones ,acababa posándose sobre las pecas de una chica…


lunes, 16 de septiembre de 2013

No hay lunes peor que … un lunes a la lluvia.



«Plac, plac, plac» Siempre me gustó regodearme con el sonido de la lluvia desde el abrigo de mi cama en las mañanas invernales. Acercar la manta a la cara y seguir cerrando los ojos mientras escucho con deleite como las gotas se abaten contra la persiana mojando a los pocos agraciados que ya están en la calle.
Ese regodeo es llamativo por su egoísmo pues no se solidariza en absoluto con los incautos que sufren los efectos adversos de la lluvia. A saber: ropa húmeda, tráfico duplicado,  pelo encrespado y… para el fumador, pitillo mojado.  Si además trabajas al aire libro, resulta de lo más agradable tratar de escribir sobre un papel que se deshace, tener una reunión bajo un paraguas o descubrir que con un impermeable acabas mojándote por dentro  (maldito sudor) y  por fuera porque todo en esta vida tiene un límite.

Definitivamente, los días de lluvia son insípidamente molestos. Por algo es que se le llama,  «mal tiempo» a la lluvia…. Claro que sin la lluvia no existiría siquiera la vida pero partiendo de la base de lo desagradable de la sensación de estar calado hasta los huesos, la relación causa efecto «lluvia/vida» se convierte en una menudencia.

Y es que la vida está llena de menudencias que luego resultan trascendentes.  De seguro (de haber existido), Jesús no se planteó la importancia del día en que resucitó.  Pero lo cierto, es que sin este hecho, los lunes no serían el primer día de la semana.  Sin esta circunstancia, Garfield se pasaría la vida diciendo que odia los domingos y nosotros no iniciaríamos nuestro periplo laboral semanal en ese día concreto. Los lunes son denostados, odiados y vilipendiados como un miembro del club de matemáticas en un instituto americano.
Y ahora pongámonos en materia. Si se da una, terrible pero bastante común, conjunción planetaria  que aúna una mañana lluviosa con un lunes, cualquier ápice de buen humor mañanero se esfuma al instante. No hay lunes peor que … un lunes a la lluvia.